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Zygmunt Bauman. Vida líquida.
Zygmunt Bauman (1925 – 2017) fue un sociólogo que publicó Vída líquida en 2005, un ensayo crítico que desarrolla las condiciones de incertidumbre constantes que caracterizan la forma de vida actual en la mayor parte de sociedades. A lo largo de la historia, las distintas sociedades han desarrollado sus propias culturas y formas de organización social que las caracterizan. Esto hacía que las personas tuvieran formas de conducta y puntos de referencia en sus vidas que les generaban cierta estabilidad y predecibilidad. La sociedad moderna líquida es aquella en que las condiciones cambian antes de que las formas de actuar se consoliden en identidades sociales y hábitos determinados.
SOCIEDAD LÍQUIDA
Desde una economía productivista, se pasó a una economía consumista. Mientras que durante toda la historia ha habido individuos consumidores, lo que es novedoso es la sociedad de consumo, la cual genera un auténtico síndrome, una hipnosis colectiva de conducta. En contra de lo que suelen decir la mayor parte de los economistas clásicos, no es la satisfacción de necesidades, sino la no satisfacción de las mismas o de los deseos de las personas el motor de la economía de consumo. La devaluación de los productos de consumo tras el mismo es la base de la economía actual. La promesa de satisfacción de necesidades de la sociedad de consumo solo puede ser seductora mientras las personas estén insatisfechas. Contrariamente, personas satisfechas, con un sentido del propósito y vidas con significado, supondrían el fin de la sociedad, la industria, y los mercados de consumo. Sin embargo, a falta de una vida con sentido y de una vida de certidumbre en lo existencial, las personas se conforman con seguridad, por no decir mero confort. A veces simplemente con un poco de lenguaje que de un poco de consuelo o identidad. De ahí el éxito de las redes sociales. "Hay que modernizarse", es el imperativo psicológico que nos invade. Esto supone desprenderse día sí y día también de todo aquello que ya ha caducado. El mercado es militantemente contraria a que se sacrifiquen satisfacciones presentes para lograr objetivos lejanos. Todo valor ha sido reemplazado por la gratificación instantánea. Los deseos y los caprichos deben ser fugaces y destinados a su caducidad.
La vida líquida es una carrera, en la cual hay que correr con todas las fuerzas para mantenernos en el mismo lugar de forma perpetua. El único premio de la carrera es el de ser rescatados temporalmente de la exclusión social, en realidad para volver al mismo lugar de partida cada día. Todo ello invadido de las persistentes preocupaciones que perturban esa vida, por el temor a no poder seguir el ritmo de los acontecimientos, a no percatarnos de las fechas de caducidad que dejan fuera de la carrera. El miedo añade fuerza al deseo, por ello, la inestabilidad vital aumenta el deseo narcotizante de consumo de novedades. Se habla de llevar un estilo de vida más sencillo, cuando la mayoría de las personas no han sido capaces ni de llegar al estilo de vida que se supone que deben llevar. Lo viejo caduca rápido y se convierten en un nuevo objeto por consumir bajo el chantaje del progreso.
"El consumismo es una economía del engaño". La medicina no se libra de esto. Cita Bauman a Iván Ilich, quien comprendió perfectamente que la medicina progresivamente iba destinándose no al enfermo sino al sano, y documentó en su obra Nemesis médica el progresivo aumento de intervenciones médicas sin evidencia existentes. Toda la literatura científica del S XXI no ha hecho más que confirmar a Illich. La creciente iatrogenia médica produce mayor consumo médico, existiendo un porcentaje descomunal de gasto sanitario destinado al propio daño producido por las intervenciones médicas. Así "cuando la profesión médica declare la llegada de una nueva epidemia vuelvan a ofrecerse nuevas gamas de productos". Ya no se aspira a que las cosas mejoren. Se aspira a que las cosas más inútiles simplemente abunden, lo cual genera a su vez otras nuevas necesidades. De ahí que ningún exceso sea nunca excesivo. Bajo tal dinámica, los activos se convierten en pasivos y las capacidades en discapacidades en un abrir y cerrar de ojos.
MODERNIDAD, ESTADO Y CULTURA
Algunos antropólogos ortodoxos definen la cultura como un mecanismo homeostático que estabiliza los hábitos y la identidad, proporcionando puntos de referencia estables en el tiempo, generando una continuidad de los esquemas de conducta de cada comunidad. Sin embargo, la modernidad representa una ruptura con este esquema, y la imposición de un esquema de cambio permanente que representa la victoria del hombre sobre la naturaleza. El progreso y lo nuevo comenzó a ser objeto de elogio irreflexivo. Por la misma razón, el pasado tiende a haberse como algo oscuro siendo, "despiadada y sistemáticamente destruido". El miedo al cambio que caracterizó la sociedad antigua ha dado paso a un miedo a la inmovilidad. Con ello, comienza la era en la cual la felicidad humana, hemos querido pensar, era simplemente cuestión de crear una sociedad simplemente bien gestionada, y seguir "avanzando". Esto ha conducido a una carrera perpetua a ninguna parte en la cual "el único propósito de estar en movimiento es permanecer en movimiento". Así las vidas y las culturas han sido reducidas a "una mera secuencia de experiencias instantáneas que no dejan rastro". Esto implica una desintegración sistemática conductual y cultural.
El proyecto del Estado moderno necesitaba destruir las antiguas culturas y sus costumbres, y sustituirlas "por otros modelos uniformes, bajo supervisión de los ministerios estatales de asuntos interiores, de educación o de cultura". La nueva autoridad era el Estado-nación moderno, y sus instituciones pasaban a ser el nuevo mito de la sociedad moderna. Lo sagrado no fue rechazado, dice Bauman, sino proyectado a nuevas instituciones deificadas al servicio del Estado. Progresivamente el proyecto sigue su curso hacia un estado global, "esfera anónima" de fuerzas globales, dice Bauman. Así, el Estado-nación se evapora, y el proyecto de la globalización asedia los escasos territorios vírgenes que aún quedan, con el fin de implantar su esquema de sociedad. Siendo así, el Estado ya no puede prometerle nada a su población. El patriotismo heróico que caracterizó décadas pasadas tiene pocas probabilidades de crecer con expectativas decrecientes.
El concepto de cultura fue acuñado en el tercer cuarto del siglo XVIII, como un modo abreviado de referirse a la gestión del pensamiento y del comportamiento humanos. Las personas ya no eran vistas como algo natural de una comunidad. Se empezó a ver la necesidad de cambiar a esas personas. Cultura viene de cultivo, denotando la idea de manipulación y mejora. Con la modernidad, el ser humano ya no nace, sino que se hace, y por tanto debe ser educado mediante una cultura correcta. El propio Adorno hablaba de que la inclusión de un espíritu objetivo en la palabra cultura delataba un intento administrativo evaluativo y organizativo, medidas según normas y criterios no inherentes al ser humano, sino impuestos desde el exterior. La renuncia a la naturaleza viene paralela a un progresiva burocratización. La cultura ha sido definida incluso como un intento de resistencia a la administración, incluso el rechazo a la presión homogeneizadora de la misma, destinada a la protección y continuidad de una sociedad a lo largo del tiempo. La cultura genera así puntos de referencia para la perpetuación de ciertas formas de conducta social. Tanto la cultura en lo simbólicos como la administración en lo operativo empujan a las personas a que se comporten de una manera diferente. Por ello, la cultura representa peligrosamente el sueño de los gestores sociales.
Hoy la cultura es la experimentación caprichosa del consumo compulsivo. Transgresión de consumo. Solo hay consumidores, a quienes nada importa salvo el propio hecho de consumir. La cultura es el consumo en sí mismo. Las personas son víctimas de la impotencia, dice Bauman, aunque con escasa resistencia a todo ello, por ello nada inocentes en todo este circuito de consumo. La sociedad líquida de la regulación normativa ha pasado a una sociedad de una caprichosa alteración de las rutinas. De la resistencia al cambio se ha pasado a la fragmentación y pérdida de sentido. De ahí la vida líquida sin rumbo. La globalización de la élite ilustrada, dice Bauman, es una simple asimilación. Todo bajo el eufemismo de multiculturalismo, el cual deja "individuos huérfanos", privados de un verdadero legado, quienes piensan aún menos en dejar otro. Finalmente la cultura es el subproducto del consumo, solo espera ser consumida, y sobre todo ser desechada para consumir lo siguiente.
INDIVIDUO E IDENTIDAD
En la sociedad de consumo, "por qué iban a ser los nexos humanos, la excepción al resto de las normas de la vida". Nadie puede eludir ser en sí mismo un objeto de consumo, pues las personas tenemos que demostrar nuestro valor de uso. "En la vida líquida la distinción entre consumidores y objetos de consumo es, muy a menudo, momentánea y efímera, y siempre condicional". En nombre de "la sociedad", el espacio público ha sido la primera víctima, incluído en la ciudad. La interacción humana y el propio espacio en las ciudades es el mero residuo de lo que queda de todo esto.
La vida líquida se alimenta de la insatisfacción del YO, por ello, la sociedad de consumo implica un autocescrutinio, autocrítica y autorreproche constantes que conduzca a la persona a buscar la paz interior en el consumo de cosas, sean cosas físicas, sea mero ocio digital. La lógica del consumo pasa por la restauración de la individualidad perdida, con una individualidad superficial, a menudo ridícula, como un sustituto pobre del vacío existencial. "Sé tu mismo bebe Pepsi" decía un eslogan publicitario unos años atrás. Es la paradoja de la producción en masa, la cual necesita convencer a la persona de que el consumo de masas es la decisión de individuo. La palabra individuo es en realidad reciente, solo se encuentra en el vocabulario desde pocos siglos atrás, entrada la modernidad. Sus primeros usos simplemente hacían referencia a la persona, pero progresivamente adquirió el sentido actual de autonomía. La individualidad surge como consecuencia de la pérdida de poder de la comunidad natural, reemplazada por la abstracción burocrática "la sociedad", la cual "reemplazó a la comunidad de verdad". La sociedad es el producto del vacío normativo.
El miedo a la soledad aumenta la necesidad de individualidad. La obsesión por la identidad viene de una vida a la deriva, y del hecho de tener siempre una elección que hacer. Porque la sociedad de consumo no sobreviviría sin todo ello. El propio Sartre trató de recuperar al individuo y su libertad del rodillo de "la sociedad". La individualidad es, paradójicamente, un producto de la masa, solo cuando uno se siente arrollado por la masa tiene necesidad de hipertrofiar su individualidad. Esta necesidad psicológica de sentirse alguien tiene al individuo autoabsorbido en sí mismo todo el día y toda la noche. La identidad en "la sociedad" no es la consecuencia de una pertenencia genuina a una comunidad, sino otro producto de consumo, autoatribuido y autoadscrito como quien elige en un supermercado. Un sucedáneo de pertenencia a un grupo producto de la individualidad. La inflación sentimental individual compensa el vacío existencial y la inestabilidad vital. La estabilidad de vida, la felicidad y los valores existenciales que no se pueden obtener en la vida moderna, se cambian por una nueva dieta, un nuevo tatuaje, otro videojuego. Describe Baumann el ejemplo de cambiar de coche. Ya ni eso. Así, la identidad de las personas, el sentido de pertenencia genuino a una comunidad, es un simple producto de consumo rápido, sometida a un proceso de reciclaje constante.
Hay dos categorías nuevas de la sociedad de consumo, "que esta misma sociedad ha situado en el centro de la atención pública", la víctima y la celebridad. La suposición de ser una víctima viene confirmada por la autoridad, por toda una cultura de la victimización, y la consecuente exigencia de ser compensado por ese supuesto estatus de víctima. La cultura del victimismo es la resucitación antigua tradición de la Vendetta, "resurgiendo, reencarnada de su mal sellada, tumba", la cual desemboca en una masacre que cierra una cuenta de agravios pendiente abriendo inmediatamente otra, dice un visionario Baumann (quien aún no había vivido la explosión de las redes sociales). Consistente con la sociedad de consumo, la victimización "debe tener un precio", dice Bauman. El otro personaje de la sociedad de consumo es el famoso. Una persona conocida por ser conocida, por la simple abundancia de imágenes suyas y por la simple frecuencia con la que se mencionan sus nombres. Por nada. Un producto del nihilismo, el culto a la nada. La redes sociales y la inteligencia artificial hacen que las relaciones personales sean un mero simulacro adulterado que no merecen siquiera tal nombre.
Existe una mercantilización de los procesos vitales, y con ello, la finalización de la relaciones interpersonales. Las parejas se cambian como se cambia cualquier objeto porque ya no es suficientemente emocionante. Se borra el nombre de la persona. En la agenda del móvil se bloquea a la persona que ya no sirve, como si la persona fuera un archivo usado que se deshace con un clic enviándolo a la papelera. Mientras que hablamos más que nunca de tolerancia, emociones positivas, de las parejas, etc, a la vez las relaciones y los valores sociales reales han desaparecido. Hablamos de tolerancia, cuando ya no se tolera el esfuerzo, no se tolera la opinión diferente, etc. La sociedad que no tolera ya ni el sentido del humor pasa el día hablando de tolerancia. El lenguaje hipertrofia lo que ya no existe.
El consumo no es la satisfacción del deseo, sino la incitación de la ansiedad y la preocupación. El cuerpo se ha convertido en un objeto fetichista. Existe una preocupación constante materializada sobre nuestro cuerpo, objeto que consume toda nuestras energías psicológicas produciendo un sufrimiento y una sensación de vacío constante. La identidad perdida se busca en un nuevo tinte de pelo. El cuerpo se convierte en un objeto de consumo para la propia persona. Se usa el cuerpo como fuente de satisfacción, como fuente de deseabilidad ante los demás, como fuente para reclamar la individualidad perdida, como objeto de goce, como objeto de expresión política, etc. La hiperregulación más salvaje del cuerpo en nombre de la liberación. Ello supone que el cuerpo es fuente prolífica de ansiedad perpetua que explota el mercado de consumo, el cual se nutre de esta ansiedad, la cual avivan. Pero también un objeto con el cual hacer política, podríamos añadir a lo dicho por Bauman. Frustrado a diario con su vida, el individuo encuentra refugio para su narcisismo personal insatiscfecho en el narcisismo colectivo. Una engañosa promesa de seguridad, engañosa promesa de salvación de la individualidad, y engañosa promesa de hallar la felicidad. Paralelamente la impotencia individual no hace nada más que crecer, sepultado por un mundo que se aleja de sus posibilidades. Dado que las personas no pueden hacer nada con el colectivo, su única defensa es una identificación narcisista compensatoria, como expuso Adorno. Así, las personas buscan cobijo en el colectivo simplemente tratando de "pertenecer al club de las personas de pelo de color". La reproducción intelectual de lo que ya existe no puede ser pensamiento, sino todo lo contrario.
La sociedad se ha vuelto más hostil, precisamente para aquellos que menos calculan su propio beneficio. La interacción humana no tiene un final natural en la sociedad de consumo. Las personas son medios, intermediarios de otros propósitos, y de otros fines. Todo lo que existe es transformado en un objeto de consumo, y todo es percibido por las personas como objetos para ser consumidos. Por ello, las relaciones sociales son instrumentalizadas. Todo se mide en dinero, o modernamente en "likes". Todo se transforma en mercancía. La familia o el deseo de tener hijos se ven también afectados. Muchos padres se quejan del gasto económico que supone hoy tener hijos, sin embargo, ese gasto económico es también el producto de la sociedad de consumo. Tener niños va contra la lógica economicista de consumo, interfiere con el ocio y el tiempo libre, pero también podríamos añadir el narcisismo del individuo, quien ya no puede destinar todos los recursos hacia sí mismo. En estas condiciones, el niño es visto como una hipoteca.
El realismo es simplemente la aceptación de las posibilidades seleccionadas, o más bien, la supresión de las posibilidades que las personas no deben seleccionar por el bien del propio sistema. El consumidor es un enemigo de la persona, y la persona es un enemigo del consumidor. Incluso las supuesta preocupación medioambiental es para Bauman una cínica preocupación por asegurar la continuidad de la sociedad de consumo. Pero incluso la moralidad es poco más que un discurso de consumo enlatado, emociones precocinadas que se agotan en cada episodio de histeria, suceso, etc. Todo saca partido de la precariedad de los lazos humanos.
COMENTARIOS FINALES
El progreso se ha convertido en un" insomnio repleto de pesadillas" dice Bauman. Lo que oculta el célebre concepto de "destrucción creativa" de autores como Schumpeter es que esta creatividad económica implica destruir otras maneras de vivir. El poder ha entendido que no es necesario el orden ni la autoridad, el caos es suficiente. Sin lazos humanos, las personas no pueden defenderse. No es necesaria autoridad, ni una cultura conservadora inmóvil como siempre ha pensado la izquierda con su dicotomía progreso-reacción. Con la globalización querer escapar es querer escapar a otro lugar donde se encuentran idénticas reglas de juego. Todo ello en nombre del "progreso", la "igualdad" o la "libertad", o cualquiera de los juegos de lenguaje usados para tapar la realidad. Las personas aceptan el juego, todo sea dicho. "No es que las personas se traguen el cuento", decía Adorno, "es que desean que les engañen". Las vidas de las personas serían insoportables si abandonarán las falsedades de su mente que colorean una realidad árida e implacable.
Los objetos son el producto más evidente de la sociedad de consumo, pero también lo son los símbolos, las identidades, o los discursos ideológicos, diseñados mediante el mismo cálculo de resultados que cualquier otro objeto de mercado. En nombre de una reforma introspectiva se saquea y asola el mundo exterior, transformado en mero instrumento de consumo donde se busca la subjetividad trascendental. La inflación sentimental se transforma en producto de consumo en forma de mercado de la autoayuda. Aunque existiera el libre albedrío, digamos neurológicamente, seguiría sin existir la libre elección, dada la estructura organizativa y productiva a la que es sometido el individuo. El individualismo encaja en el subjetivismo, en el consumismo, en el hedonismo, en la economía del signo. No tendrás nada, pero tienes "libertad" para hacerte otro tatuaje o comprarte una nueva camiseta. Y eso es todo lo que la persona tiene, y por eso todo esto de la "identidad" se ha vuelto tan presente y tan importante. La persona trata de agarrarse a lo poco que tiene para no caer a un pozo psicológico sin fondo. No se a quién puede extrañar que estemos en la sociedad del trauma psicológico. Vacío existencial, inestabilidad vital, y fragilidad individual. Es el cóctel más directo. El refugio que le queda a las personas es inflar el mundo psicológico. La vida les ha abandonado, la sociedad les ha abandonado, las relaciones les han abandonado, el futuro les ha abandonado. El problema es que el confort psicológico rápido que proporcionan las "nuevas identidades" o el nuevo libro de autoayuda tiende a ser voluble, y tan caprichoso como las narrativas que emergen con la misma velocidad con la que se evaporan.
El individualismo es la cosmovisión necesaria en la anomia de la sociedad global, tapado bajo el eufemismo "multiculturalidad", que busca convertir a todo el mundo en consumidor individual "igualitariamente". Esta perversión ya estaba en Baudrillard. Y así vamos a un orden postcapitalista, un espacio social, extraterritorial, que conlleva la desaparición del Estado nación, en una "ideología de la élite global de emergente". Bauman tiende a ver en todo este desgarro social un mero economicismo. Se le escapa que la consolidación de las estructuras directivas y organizativas necesita tecnologías de poder. No es el lucro del mercado, sino la capacidad tecnológica de ejercer el control social y poder sobre toda la sociedad global lo que está en juego.
"A los consumidores satisfechos, ocupados en solucionar sus propios asuntos, ya les va de maravilla, gracias". Zygmunt Bauman.
SOCIEDAD LÍQUIDA
Desde una economía productivista, se pasó a una economía consumista. Mientras que durante toda la historia ha habido individuos consumidores, lo que es novedoso es la sociedad de consumo, la cual genera un auténtico síndrome, una hipnosis colectiva de conducta. En contra de lo que suelen decir la mayor parte de los economistas clásicos, no es la satisfacción de necesidades, sino la no satisfacción de las mismas o de los deseos de las personas el motor de la economía de consumo. La devaluación de los productos de consumo tras el mismo es la base de la economía actual. La promesa de satisfacción de necesidades de la sociedad de consumo solo puede ser seductora mientras las personas estén insatisfechas. Contrariamente, personas satisfechas, con un sentido del propósito y vidas con significado, supondrían el fin de la sociedad, la industria, y los mercados de consumo. Sin embargo, a falta de una vida con sentido y de una vida de certidumbre en lo existencial, las personas se conforman con seguridad, por no decir mero confort. A veces simplemente con un poco de lenguaje que de un poco de consuelo o identidad. De ahí el éxito de las redes sociales. "Hay que modernizarse", es el imperativo psicológico que nos invade. Esto supone desprenderse día sí y día también de todo aquello que ya ha caducado. El mercado es militantemente contraria a que se sacrifiquen satisfacciones presentes para lograr objetivos lejanos. Todo valor ha sido reemplazado por la gratificación instantánea. Los deseos y los caprichos deben ser fugaces y destinados a su caducidad.
La vida líquida es una carrera, en la cual hay que correr con todas las fuerzas para mantenernos en el mismo lugar de forma perpetua. El único premio de la carrera es el de ser rescatados temporalmente de la exclusión social, en realidad para volver al mismo lugar de partida cada día. Todo ello invadido de las persistentes preocupaciones que perturban esa vida, por el temor a no poder seguir el ritmo de los acontecimientos, a no percatarnos de las fechas de caducidad que dejan fuera de la carrera. El miedo añade fuerza al deseo, por ello, la inestabilidad vital aumenta el deseo narcotizante de consumo de novedades. Se habla de llevar un estilo de vida más sencillo, cuando la mayoría de las personas no han sido capaces ni de llegar al estilo de vida que se supone que deben llevar. Lo viejo caduca rápido y se convierten en un nuevo objeto por consumir bajo el chantaje del progreso.
"El consumismo es una economía del engaño". La medicina no se libra de esto. Cita Bauman a Iván Ilich, quien comprendió perfectamente que la medicina progresivamente iba destinándose no al enfermo sino al sano, y documentó en su obra Nemesis médica el progresivo aumento de intervenciones médicas sin evidencia existentes. Toda la literatura científica del S XXI no ha hecho más que confirmar a Illich. La creciente iatrogenia médica produce mayor consumo médico, existiendo un porcentaje descomunal de gasto sanitario destinado al propio daño producido por las intervenciones médicas. Así "cuando la profesión médica declare la llegada de una nueva epidemia vuelvan a ofrecerse nuevas gamas de productos". Ya no se aspira a que las cosas mejoren. Se aspira a que las cosas más inútiles simplemente abunden, lo cual genera a su vez otras nuevas necesidades. De ahí que ningún exceso sea nunca excesivo. Bajo tal dinámica, los activos se convierten en pasivos y las capacidades en discapacidades en un abrir y cerrar de ojos.
MODERNIDAD, ESTADO Y CULTURA
Algunos antropólogos ortodoxos definen la cultura como un mecanismo homeostático que estabiliza los hábitos y la identidad, proporcionando puntos de referencia estables en el tiempo, generando una continuidad de los esquemas de conducta de cada comunidad. Sin embargo, la modernidad representa una ruptura con este esquema, y la imposición de un esquema de cambio permanente que representa la victoria del hombre sobre la naturaleza. El progreso y lo nuevo comenzó a ser objeto de elogio irreflexivo. Por la misma razón, el pasado tiende a haberse como algo oscuro siendo, "despiadada y sistemáticamente destruido". El miedo al cambio que caracterizó la sociedad antigua ha dado paso a un miedo a la inmovilidad. Con ello, comienza la era en la cual la felicidad humana, hemos querido pensar, era simplemente cuestión de crear una sociedad simplemente bien gestionada, y seguir "avanzando". Esto ha conducido a una carrera perpetua a ninguna parte en la cual "el único propósito de estar en movimiento es permanecer en movimiento". Así las vidas y las culturas han sido reducidas a "una mera secuencia de experiencias instantáneas que no dejan rastro". Esto implica una desintegración sistemática conductual y cultural.
El proyecto del Estado moderno necesitaba destruir las antiguas culturas y sus costumbres, y sustituirlas "por otros modelos uniformes, bajo supervisión de los ministerios estatales de asuntos interiores, de educación o de cultura". La nueva autoridad era el Estado-nación moderno, y sus instituciones pasaban a ser el nuevo mito de la sociedad moderna. Lo sagrado no fue rechazado, dice Bauman, sino proyectado a nuevas instituciones deificadas al servicio del Estado. Progresivamente el proyecto sigue su curso hacia un estado global, "esfera anónima" de fuerzas globales, dice Bauman. Así, el Estado-nación se evapora, y el proyecto de la globalización asedia los escasos territorios vírgenes que aún quedan, con el fin de implantar su esquema de sociedad. Siendo así, el Estado ya no puede prometerle nada a su población. El patriotismo heróico que caracterizó décadas pasadas tiene pocas probabilidades de crecer con expectativas decrecientes.
El concepto de cultura fue acuñado en el tercer cuarto del siglo XVIII, como un modo abreviado de referirse a la gestión del pensamiento y del comportamiento humanos. Las personas ya no eran vistas como algo natural de una comunidad. Se empezó a ver la necesidad de cambiar a esas personas. Cultura viene de cultivo, denotando la idea de manipulación y mejora. Con la modernidad, el ser humano ya no nace, sino que se hace, y por tanto debe ser educado mediante una cultura correcta. El propio Adorno hablaba de que la inclusión de un espíritu objetivo en la palabra cultura delataba un intento administrativo evaluativo y organizativo, medidas según normas y criterios no inherentes al ser humano, sino impuestos desde el exterior. La renuncia a la naturaleza viene paralela a un progresiva burocratización. La cultura ha sido definida incluso como un intento de resistencia a la administración, incluso el rechazo a la presión homogeneizadora de la misma, destinada a la protección y continuidad de una sociedad a lo largo del tiempo. La cultura genera así puntos de referencia para la perpetuación de ciertas formas de conducta social. Tanto la cultura en lo simbólicos como la administración en lo operativo empujan a las personas a que se comporten de una manera diferente. Por ello, la cultura representa peligrosamente el sueño de los gestores sociales.
Hoy la cultura es la experimentación caprichosa del consumo compulsivo. Transgresión de consumo. Solo hay consumidores, a quienes nada importa salvo el propio hecho de consumir. La cultura es el consumo en sí mismo. Las personas son víctimas de la impotencia, dice Bauman, aunque con escasa resistencia a todo ello, por ello nada inocentes en todo este circuito de consumo. La sociedad líquida de la regulación normativa ha pasado a una sociedad de una caprichosa alteración de las rutinas. De la resistencia al cambio se ha pasado a la fragmentación y pérdida de sentido. De ahí la vida líquida sin rumbo. La globalización de la élite ilustrada, dice Bauman, es una simple asimilación. Todo bajo el eufemismo de multiculturalismo, el cual deja "individuos huérfanos", privados de un verdadero legado, quienes piensan aún menos en dejar otro. Finalmente la cultura es el subproducto del consumo, solo espera ser consumida, y sobre todo ser desechada para consumir lo siguiente.
INDIVIDUO E IDENTIDAD
En la sociedad de consumo, "por qué iban a ser los nexos humanos, la excepción al resto de las normas de la vida". Nadie puede eludir ser en sí mismo un objeto de consumo, pues las personas tenemos que demostrar nuestro valor de uso. "En la vida líquida la distinción entre consumidores y objetos de consumo es, muy a menudo, momentánea y efímera, y siempre condicional". En nombre de "la sociedad", el espacio público ha sido la primera víctima, incluído en la ciudad. La interacción humana y el propio espacio en las ciudades es el mero residuo de lo que queda de todo esto.
La vida líquida se alimenta de la insatisfacción del YO, por ello, la sociedad de consumo implica un autocescrutinio, autocrítica y autorreproche constantes que conduzca a la persona a buscar la paz interior en el consumo de cosas, sean cosas físicas, sea mero ocio digital. La lógica del consumo pasa por la restauración de la individualidad perdida, con una individualidad superficial, a menudo ridícula, como un sustituto pobre del vacío existencial. "Sé tu mismo bebe Pepsi" decía un eslogan publicitario unos años atrás. Es la paradoja de la producción en masa, la cual necesita convencer a la persona de que el consumo de masas es la decisión de individuo. La palabra individuo es en realidad reciente, solo se encuentra en el vocabulario desde pocos siglos atrás, entrada la modernidad. Sus primeros usos simplemente hacían referencia a la persona, pero progresivamente adquirió el sentido actual de autonomía. La individualidad surge como consecuencia de la pérdida de poder de la comunidad natural, reemplazada por la abstracción burocrática "la sociedad", la cual "reemplazó a la comunidad de verdad". La sociedad es el producto del vacío normativo.
El miedo a la soledad aumenta la necesidad de individualidad. La obsesión por la identidad viene de una vida a la deriva, y del hecho de tener siempre una elección que hacer. Porque la sociedad de consumo no sobreviviría sin todo ello. El propio Sartre trató de recuperar al individuo y su libertad del rodillo de "la sociedad". La individualidad es, paradójicamente, un producto de la masa, solo cuando uno se siente arrollado por la masa tiene necesidad de hipertrofiar su individualidad. Esta necesidad psicológica de sentirse alguien tiene al individuo autoabsorbido en sí mismo todo el día y toda la noche. La identidad en "la sociedad" no es la consecuencia de una pertenencia genuina a una comunidad, sino otro producto de consumo, autoatribuido y autoadscrito como quien elige en un supermercado. Un sucedáneo de pertenencia a un grupo producto de la individualidad. La inflación sentimental individual compensa el vacío existencial y la inestabilidad vital. La estabilidad de vida, la felicidad y los valores existenciales que no se pueden obtener en la vida moderna, se cambian por una nueva dieta, un nuevo tatuaje, otro videojuego. Describe Baumann el ejemplo de cambiar de coche. Ya ni eso. Así, la identidad de las personas, el sentido de pertenencia genuino a una comunidad, es un simple producto de consumo rápido, sometida a un proceso de reciclaje constante.
Hay dos categorías nuevas de la sociedad de consumo, "que esta misma sociedad ha situado en el centro de la atención pública", la víctima y la celebridad. La suposición de ser una víctima viene confirmada por la autoridad, por toda una cultura de la victimización, y la consecuente exigencia de ser compensado por ese supuesto estatus de víctima. La cultura del victimismo es la resucitación antigua tradición de la Vendetta, "resurgiendo, reencarnada de su mal sellada, tumba", la cual desemboca en una masacre que cierra una cuenta de agravios pendiente abriendo inmediatamente otra, dice un visionario Baumann (quien aún no había vivido la explosión de las redes sociales). Consistente con la sociedad de consumo, la victimización "debe tener un precio", dice Bauman. El otro personaje de la sociedad de consumo es el famoso. Una persona conocida por ser conocida, por la simple abundancia de imágenes suyas y por la simple frecuencia con la que se mencionan sus nombres. Por nada. Un producto del nihilismo, el culto a la nada. La redes sociales y la inteligencia artificial hacen que las relaciones personales sean un mero simulacro adulterado que no merecen siquiera tal nombre.
Existe una mercantilización de los procesos vitales, y con ello, la finalización de la relaciones interpersonales. Las parejas se cambian como se cambia cualquier objeto porque ya no es suficientemente emocionante. Se borra el nombre de la persona. En la agenda del móvil se bloquea a la persona que ya no sirve, como si la persona fuera un archivo usado que se deshace con un clic enviándolo a la papelera. Mientras que hablamos más que nunca de tolerancia, emociones positivas, de las parejas, etc, a la vez las relaciones y los valores sociales reales han desaparecido. Hablamos de tolerancia, cuando ya no se tolera el esfuerzo, no se tolera la opinión diferente, etc. La sociedad que no tolera ya ni el sentido del humor pasa el día hablando de tolerancia. El lenguaje hipertrofia lo que ya no existe.
El consumo no es la satisfacción del deseo, sino la incitación de la ansiedad y la preocupación. El cuerpo se ha convertido en un objeto fetichista. Existe una preocupación constante materializada sobre nuestro cuerpo, objeto que consume toda nuestras energías psicológicas produciendo un sufrimiento y una sensación de vacío constante. La identidad perdida se busca en un nuevo tinte de pelo. El cuerpo se convierte en un objeto de consumo para la propia persona. Se usa el cuerpo como fuente de satisfacción, como fuente de deseabilidad ante los demás, como fuente para reclamar la individualidad perdida, como objeto de goce, como objeto de expresión política, etc. La hiperregulación más salvaje del cuerpo en nombre de la liberación. Ello supone que el cuerpo es fuente prolífica de ansiedad perpetua que explota el mercado de consumo, el cual se nutre de esta ansiedad, la cual avivan. Pero también un objeto con el cual hacer política, podríamos añadir a lo dicho por Bauman. Frustrado a diario con su vida, el individuo encuentra refugio para su narcisismo personal insatiscfecho en el narcisismo colectivo. Una engañosa promesa de seguridad, engañosa promesa de salvación de la individualidad, y engañosa promesa de hallar la felicidad. Paralelamente la impotencia individual no hace nada más que crecer, sepultado por un mundo que se aleja de sus posibilidades. Dado que las personas no pueden hacer nada con el colectivo, su única defensa es una identificación narcisista compensatoria, como expuso Adorno. Así, las personas buscan cobijo en el colectivo simplemente tratando de "pertenecer al club de las personas de pelo de color". La reproducción intelectual de lo que ya existe no puede ser pensamiento, sino todo lo contrario.
La sociedad se ha vuelto más hostil, precisamente para aquellos que menos calculan su propio beneficio. La interacción humana no tiene un final natural en la sociedad de consumo. Las personas son medios, intermediarios de otros propósitos, y de otros fines. Todo lo que existe es transformado en un objeto de consumo, y todo es percibido por las personas como objetos para ser consumidos. Por ello, las relaciones sociales son instrumentalizadas. Todo se mide en dinero, o modernamente en "likes". Todo se transforma en mercancía. La familia o el deseo de tener hijos se ven también afectados. Muchos padres se quejan del gasto económico que supone hoy tener hijos, sin embargo, ese gasto económico es también el producto de la sociedad de consumo. Tener niños va contra la lógica economicista de consumo, interfiere con el ocio y el tiempo libre, pero también podríamos añadir el narcisismo del individuo, quien ya no puede destinar todos los recursos hacia sí mismo. En estas condiciones, el niño es visto como una hipoteca.
El realismo es simplemente la aceptación de las posibilidades seleccionadas, o más bien, la supresión de las posibilidades que las personas no deben seleccionar por el bien del propio sistema. El consumidor es un enemigo de la persona, y la persona es un enemigo del consumidor. Incluso las supuesta preocupación medioambiental es para Bauman una cínica preocupación por asegurar la continuidad de la sociedad de consumo. Pero incluso la moralidad es poco más que un discurso de consumo enlatado, emociones precocinadas que se agotan en cada episodio de histeria, suceso, etc. Todo saca partido de la precariedad de los lazos humanos.
COMENTARIOS FINALES
El progreso se ha convertido en un" insomnio repleto de pesadillas" dice Bauman. Lo que oculta el célebre concepto de "destrucción creativa" de autores como Schumpeter es que esta creatividad económica implica destruir otras maneras de vivir. El poder ha entendido que no es necesario el orden ni la autoridad, el caos es suficiente. Sin lazos humanos, las personas no pueden defenderse. No es necesaria autoridad, ni una cultura conservadora inmóvil como siempre ha pensado la izquierda con su dicotomía progreso-reacción. Con la globalización querer escapar es querer escapar a otro lugar donde se encuentran idénticas reglas de juego. Todo ello en nombre del "progreso", la "igualdad" o la "libertad", o cualquiera de los juegos de lenguaje usados para tapar la realidad. Las personas aceptan el juego, todo sea dicho. "No es que las personas se traguen el cuento", decía Adorno, "es que desean que les engañen". Las vidas de las personas serían insoportables si abandonarán las falsedades de su mente que colorean una realidad árida e implacable.
Los objetos son el producto más evidente de la sociedad de consumo, pero también lo son los símbolos, las identidades, o los discursos ideológicos, diseñados mediante el mismo cálculo de resultados que cualquier otro objeto de mercado. En nombre de una reforma introspectiva se saquea y asola el mundo exterior, transformado en mero instrumento de consumo donde se busca la subjetividad trascendental. La inflación sentimental se transforma en producto de consumo en forma de mercado de la autoayuda. Aunque existiera el libre albedrío, digamos neurológicamente, seguiría sin existir la libre elección, dada la estructura organizativa y productiva a la que es sometido el individuo. El individualismo encaja en el subjetivismo, en el consumismo, en el hedonismo, en la economía del signo. No tendrás nada, pero tienes "libertad" para hacerte otro tatuaje o comprarte una nueva camiseta. Y eso es todo lo que la persona tiene, y por eso todo esto de la "identidad" se ha vuelto tan presente y tan importante. La persona trata de agarrarse a lo poco que tiene para no caer a un pozo psicológico sin fondo. No se a quién puede extrañar que estemos en la sociedad del trauma psicológico. Vacío existencial, inestabilidad vital, y fragilidad individual. Es el cóctel más directo. El refugio que le queda a las personas es inflar el mundo psicológico. La vida les ha abandonado, la sociedad les ha abandonado, las relaciones les han abandonado, el futuro les ha abandonado. El problema es que el confort psicológico rápido que proporcionan las "nuevas identidades" o el nuevo libro de autoayuda tiende a ser voluble, y tan caprichoso como las narrativas que emergen con la misma velocidad con la que se evaporan.
El individualismo es la cosmovisión necesaria en la anomia de la sociedad global, tapado bajo el eufemismo "multiculturalidad", que busca convertir a todo el mundo en consumidor individual "igualitariamente". Esta perversión ya estaba en Baudrillard. Y así vamos a un orden postcapitalista, un espacio social, extraterritorial, que conlleva la desaparición del Estado nación, en una "ideología de la élite global de emergente". Bauman tiende a ver en todo este desgarro social un mero economicismo. Se le escapa que la consolidación de las estructuras directivas y organizativas necesita tecnologías de poder. No es el lucro del mercado, sino la capacidad tecnológica de ejercer el control social y poder sobre toda la sociedad global lo que está en juego.
"A los consumidores satisfechos, ocupados en solucionar sus propios asuntos, ya les va de maravilla, gracias". Zygmunt Bauman.