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Martin Rees. Nuestra hora final. ¿Será el Siglo XXI el último de la humanidad?

Martin John Rees (1942 - ) es profesor de astrofísica y cosmología, habiendo sido rector de la Universidad de Cambridge Trinity College, y presidente de la Real Sociedad de Londres para el avance de la ciencia natural. Lord Martin Rees tiene concedida la Orden del Mérito y es Astónomo Real del Reino Unido. Escribió el presente libro "Nuestra hora final" en 2003. Además de su abrumadora trayectoria como científico, Martín Rees realizó una apuesta: se produciría algún tipo de desastre con origen en la experimentación biológica en las dos primeras décadas del S XXI que afectaría al menos a 1 millón de personas. "Nuevos virus letales producidos por métodos de ingeniería genética y dispersados por el aire podrían aniquilar poblaciones enteras". Acertó, aunque infravaloró la mortalidad producida (llevamos decenas de millones de muertes mediante un criterio de exceso de mortalidad desde 2020). Con todo ello, la predicción de Rees de que el ser humano puede desaparecer en este siglo, seguramente debería preocuparnos, dada la diversidad de tecnologías en desarrollo actualmente que implican riesgos sistémicos.

A los riesgos del S.XX como el desarrollo de armamento nuclear, en nuestro siglo actual debemos sumar el uso militar de patógenos modificados genéticamente, accidentes de laboratorio, consecuencias imprevistas de experimentos con partículas, hackeos de enclaves críticos de seguridad, computación cuántica e inteligencia artificial, robótica, nanomáquinas autorreplicantes, etc.

"Creo que la probabilidad de que nuestra actual civilización sobreviva hasta el final del presente siglo no pasa del 50 por 100".

Siglo XX

Existen riesgos naturales que podrían producir efectos devastadores como asteroides, cometas, o megaerupciones volcánicas. Sin embargo, las mayores catástrofes del siglo XX no fueron provocadas por la naturaleza, sino inducidas directamente por acciones humanas. Más de un centenar de millones de muertes fueron consecuencia del uso de tecnología (armamento militar), y acciones políticas (hambrunas provocadas, persecuciones, etc). La ciencia hizo posible por primera vez durante el siglo pasado aniquilar a la humanidad mediante la tecnología nuclear. El mundo tuvo suerte de escapar de la devastación nuclear, tecnología experimental poco conocida que se desarrolló entre medidas de control y seguridad muy poco fiables. La devastación pudo haber sucedido en cualquier momento. La carrera armamentística del siglo XX fue alimentada por la ciencia, y es esta misma ciencia la que plantea riesgos aún mayores en nuestros días.

En el S.XXI existe un mayor número de tecnologías que suponen un aumento de las probabilidades de nuestra destrucción. Mientras que el poder de destrucción estaba reservado en el S.XX a algunos altos cargos militares del estado, hoy existen "millones de dedos sobre el botón de una máquina apocalíptica", desde Estados, organismos públicos, universidades, empresas, grupos de personas, incluso un simple individuo malintencionado, etc. La tecnología no solo supone el desarrollo de un armamento más potente, sino que el propio desarrollo de algunos experimentos supone en si mismo un riesgo, a lo que deben sumarse errores humanos, consecuencias no previstas del desarrollo tecnológico, etc. La cantidad de formas en que un individuo puede provocar una catástrofe es preocupadamente elevada, nos dice Rees.

Bertrand Russell y Albert Einstein firmaron un manifiesto sobre la urgencia de reducir el peligro nuclear. El tratado de no proliferación nuclear de 1967 ha tenido un éxito cuestionable. La organización Pugwash ha seguido alentando a los científicos el deber de informar a la población de las implicaciones de sus trabajos y advirtiendo del peligro atómico, recibiendo el Nobel de La Paz de 1995. El desmoronamiento de la Unión Soviética ha supuesto que probablemente distintos grupos políticos, militares y terroristas hayan adquirido algunas armas atómicas de las que se desconoce su paradero. Las armas atómicas pueden utilizarse mediante métodos no convencionales y preparar ataques rudimentarios pero de consecuencias graves, no detectables por los servicios de inteligencia, ni por escudos antimisiles.

"El lado oscuro de la tecnología del S XXI puede ser más grave y más intratable que la amenaza de la destrucción nuclear".

Biomedicina y biotecnología

Los experimentos de la microbiología y la genética son más peligrosos que los riesgos nucleares, y suponen riesgos sistémicos a nivel biológico y ecológico. Estos experimentos además son más opacos, y a diferencia de la tecnología nuclear, pueden realizarse con pocos medios y con un bajo coste en cualquier país. Los progresos de la biotecnología agrandan la amenaza de desarrollo de bioarmamento y bioterrorismo, pero también de simples errores o accidentes. En 2002 la Academia nacional de la ciencia de Estados Unidos reconocía que estas tecnologías "hacen posible el abuso de la ciencia para la creación de nuevos agentes de destrucción masiva". Esto es así tanto por la facilidad, el bajo coste, y la dificultad de hallar autores. El bioarmamento es una tecnología accesible y barata, y por ello tiene una alta probabilidad de generar usos militares, producir accidentes en laboratorios que los manipulan, o producir actos de bioterrorismo de muy difícil control.

Existe una carrera por el dominio de la tecnología biológica, lo cual conlleva una carrera para desarrollar patógenos modificados con gran capacidad de infectividad y transmisión, resistentes a antibióticos y vacunas. Decenas de miles de científicos han estado trabajando para desarrollar armas biológicas en el programa Biopreparat, en marcha desde 1970 en la Unión Soviética, con capacidad para producir toneladas de viruela modificada. En 1979 hubo un accidente con antrax al lado de uno de estos laboratorios (Sverdlovsk), causando la muerte de más de medio centenar de personas, algo que admitió Boris Yeltsin, pero también se han descrito programas de desarrollo de distintos virus y bacterias, así como fugas que han contagiado y matado a personal ruso. En los años 90 la secta japonesa Aum Shinrikyo desarrolló distintas armas biológicas, y liberó gas sarín en el metro de Tokio matando una docena de personas. Unos años después en Estados Unidos distintos políticos y medios de comunicación recibieron cartas con esporas de ántrax matando a varias personas. En 1970 la Organización Mundial de la Salud estimó que la liberación de 50 kilos de esporas de ántrax desde una avioneta podría provocar 100.000 muertes en un territorio poblado. Un problema grave del uso de agentes biológicos es que su detección sucede semanas después de su propagación, pudiendo por tanto llevar a cabo un contagio masivo global con facilidad. El impacto de ataques futuros podría ser aún mayor si se utiliza una cepa bacteriana resistente a antibióticos.

Formalmente el uso de armas biológicas está prohibido en la guerra. Esto no obedece a una enternecedora sensibilidad moral, sino por la facilidad para producir efectos que queden completamente fuera de control. Aunque oficialmente la viruela se considera extinguida, sabemos que hay reservas de este patógeno al menos en Estados Unidos y en Rusia, y pueden existir reservas clandestinas en otros países. La viruela es contagiosa y acaba con la vida de una tercera parte de quienes la contraen (aunque depende del tipo). Imaginemos viruelas experimentalmente modificadas para ser aún más contagiosas y resistentes a la vacunación. Podría realizarse una liberación de nubes de aerosol contaminadas con el virus de la viruela produciendo millones de personas infectadas con un periodo de incubación de casi dos semanas, lo que implicaría una pandemia incontrolable. En 2002 ya se logró producir un virus de la polio con una secuencia genética descargada de internet, ensamblando cromosomas a partir de genes individuales comercialmente disponibles. Igualmente en un laboratorio público de Canadá se creó un virus de viruela modificado que mataba a todos los ratones aunque estuvieran vacunados de la viruela en 2001. En los últimos años hemos conocido casos de espías chinos trabajando en laboratorios canadienses de alta seguridad con autorización para la investigación de patógenos mortales (ébola), gobiernos occidentales modificando virus altamente infecciosos en laboratorios chinos (guiño, guiño), hasta laboratorios "veterinarios" en Ucrania financiados por Estados Unidos (guiño, guiño).

También pueden desarrollarse patógenos modificados para sabotear la agricultura y los cultivos, por ejemplo mediante la diseminación de determinados hongos patológicos. Adicionalmente, los organismos genéticamente modificados son para Rees manifiestamente inciertos para el ecosistema y la salud, aunque no nos explica como. Estos cultivos pueden invadir y desplazar el equilibrio trófico de todo un ecosistema que sobrevive mediante un complejo intercambio entre organismos que ha pasado por un proceso de selección natural adaptativo de millones de años. A diferencia del material genético de los cultivos naturales, que han pasado por un largo proceso de selección natural, el efecto de llenar el ecosistema de organismos genéticamente modificados conlleva un riesgo de destrucción irreversible de todo el ecosistema que supondría un efecto devastador sobre la vida. Cuando una decisión se hace contra un riesgo devastador, entonces aún pudiendo ser teóricamente un riesgo pequeño, puede no ser aceptable. Adicionalmente, toda decisión debe tener en cuenta la necesidad. Si no es algo realmente necesario, entonces asumir riesgos para satisfacer los intereses de algunas corporaciones que realizan modificaciones genéticas se hace más cuestionable aún.

Si a nivel militar todos los países tienen claro que deben prepararse para lo peor, no debería ser distinto con el propio desarrollo científico, más aún cuando los riesgos a los que estamos expuestos por la experimentación son ya mayores que los riesgos armamentísticos. Quizás deba existir un acuerdo internacional que convierta en delito la adquisición o posesión de patógenos peligrosos, y que incentive los chivatazos, piensa Rees. Sin embargo, en realidad ya han existido algunas iniciativas de este tipo para frenar las prácticas corruptas de la industria farmacéutica el funcionamiento de los chivatazos ha sido poco exitoso. A menudo se tapan y se arruina la vida del whistleblower.

Por otro lado, el riesgo de los experimentos de ganancia de función fue seriamente advertido en distintas revistas científicas y advertencias directas a los gobiernos previas a la pandemia. Igualmente, existen documentos judicialmente obtenidos sobre el COVID que dejan claro lo que ha sucedido, y muchos de los responsables con nombre y apellidos. Aunque no podemos hablar de esto, porque el estado y sus tecnologías corporativas de vigilancia y control no nos dejan.

Tecnocidio

La tecnología implica riesgos. Desde los tiempos del vapor algunas calderas explotaban y mataban a quienes las ponían en marcha. Los procedimientos quirúrgicos fueron muy arriesgados en sus inicios, produciendo muchas muertes. Casi todo el conocimiento técnico y avance tecnológico se ha producido y perfeccionado mediante ensayo y error, y ha supuesto asumir riesgos y producir daños y muertes. Sin embargo, también se producen riesgos y efectos más allá de lo que es inmediatamente objetivable, por lo que no podemos predecir todas las consecuencias de aquello con lo que experimentamos. El CFC fue aprobado para su uso masivo en productos de consumo como aerosoles y refrigerantes, hasta su retirada por el daño generado en la capa el ozono. Su formulación pudo haberse desarrollado con bromo y el efecto sobre la capa de ozono hubiera sido más grave y más persistente, y solo una casualidad hizo que el daño producido por este producto de consumo fuera relativamente limitado. Sin embargo, la mayor parte de los experimentos del pasado no generaban riesgos globales, sino en todo caso algunos daños locales a personas que a menudo decidían asumir el riesgo de experimentar. Esta no es la realidad en este momento, en la que muchos proyectos científicos implican riesgos sistémicos a nivel global.

Además de la modificación biológica de microorganismos, la nanotecnología implica riesgos sistémicos, y podría en unos años producir interacciones con procesos biológicos en equilibrio crítico existentes en todo el ecosistema. Es posible construir nano máquinas ensambladas átomo átomo. Alimentados de energía solar, podrían crearse nanobots autoreplicantes, capaces de construir copias de sí mismos, los cuales podrían multiplicarse exponencialmente como bióvoros, proliferando de manera descontrolada desplazando plantas y vida microbiana, reduciendo la biosfera a polvo en cuestión de días.

Adicionalmente, debemos sumar los peligros de la supercomputación cuántica, y la inteligencia artificial, capaces de hacerse con el control de todos los sistemas tecnológicos y someter con ellos al ser humano mediante el control de todos los dispositivos electrónicos y aparatos tecnológicos automatizados por este sistema. Uno de los partidarios de avanzar despacio es Billy Joy, creador de Sun Microsystems e inventor de Java. Hace casi 25 años se mostraba preocupado por el momento en el que las computadoras y los robots sobrepasan la capacidad de los humanos, la conocida singularidad. Hoy muchos de los mayores desarrolladores de tecnología informática de todo el mundo tienen esta misma preocupación. Cuando hablamos de capacidad no es solo en cuanto a computación, sucederá también en cuanto a la propia conducta en sentido motor. La asombrosa pericia de los robots de Boston Dynamics en los últimos años es una muestra. Por tanto el ser humano se verá también sobrepasado en su destreza mecánica, incluída la capacidad de luchar, huir o esconderse. Terminator era un robot bastante torpe que no se aproxima a la sofisticada ingeniería que se está levantando sobre el ser humano. No tenemos ni idea de lo que va a suceder en los próximos años, cuando la computación cuántica y la inteligencia artificial se unan al desarrollo de nanotecnología y técnicas de edición genética y epigenética. La cuestión es que no es algo tan lejano, son decisiones del presente que suponen, en el mejor de los casos, el fin del ser humano como lo hemos conocido. En el peor de los casos, nuestra propia extinción.

Los experimentos consistentes en hacer colisionar átomos con una inmensa fuerza también podrían tener consecuencias devastadoras. Podrían iniciar una reacción en cadena que avanzaría la velocidad de la luz hasta acabar con toda la materia de la tierra y en realidad incluso con el universo entero. Aunque muchos científicos piensan que las colisiones que provocamos con aceleradores de partículas ya suceden en el espacio incluso con mayor fuerza, las condiciones de los laboratorios no son exactamente iguales a las del espacio interestelar (no se producen colisiones simétricas de dos partículas que impactan de frente, o sería poco probable en el espacio el encuentro con un tercer núcleo por ejemplo). Esto supone que las condiciones son diferentes y por tanto no podemos probar suficientemente la seguridad completa de tales experimentos. Esto supone no solo que la incertidumbre es mayor a la de los cálculos, sino que nunca es completamente comprendido todo lo que puede suceder en experimentos tan complejos (de hecho, esa es precisamente la razón de experimentar).

Incluso si los aceleradores de partículas actuales realmente no fueran peligrosos, esto no supone que aceleradores de partículas más sofisticados y más potentes que puedan construirse en un futuro próximo no lo sean. Según la teoría de Einstein, estos aceleradores no lograrían la suficiente fuerza para que pudiera darse la posibilidad de formar un agujero negro que absorba todo lo que le rodea. Sin embargo, bajo otras teorías que pudieran considerar la existencia de otras condiciones diferentes a las del modelo de Einstein, incluyendo otras dimensiones espaciales, esto podría suceder. También habla Rees de la posibilidad de que surgieran strangelets, que podrían generar una reacción que convirtiera todo lo que le rodea una nueva forma de materia, transformando toda la tierra en una esfera inerte. Adicionalmente, el espacio vacío es más que simplemente nada, conteniendo las fuerzas que gobiernan nuestro mundo físico de forma latente o subyacente, por lo que se podría generar una transición de fase que desgarrara la propia urdimbre del espacio, una calamidad cósmica en la que todo terminaría en un instante.

Hay una carrera científico tecnológica que no tiene nada que ver con el saber ni con el bienestar de la humanidad, sino con una competición de poder para asegurarse el control de la próxima tecnología antes que el resto de países. Esa dinámica hace que ninguna potencia tecnológica, capitalista o no, tenga intención de frenar. Esta es la cuestión principal sobre la toma de decisiones "científicas", aunque Rees no aborda este aspecto suficientemente en este libro. El propio Einstein había comprendido esta problemática, mostrándose pesimista ya hace un siglo. La carrera científica es indisociable de la carrera militar. La ciencia no solo es susceptible de un mal uso, sino que la ciencia conduce irremediablemente a un mal uso.

El cambio climático producido por el desarrollo industrial es objeto de controversias. Por un lado, ya han existido épocas con mayor dióxido de carbono en la atmósfera que han producido un efecto invernadero mucho más fuerte. No existe un clima "óptimo", simplemente las condiciones ecológicas han ido cambiando a lo largo de los siglos, y con ello la vida de las plantas y los animales. Rees parece tener una opinión lejos de ser definitiva. Piensa que el cambio de temperatura sería muy limitado a pocos grados, lejos de los mapas del tiempo de color rojo que se ven últimamente en algunos medios de comunicación. Sin embargo, la velocidad del cambio de temperatura si le parece más preocupante. No ve en ello una catástrofe sistmética, pero sí efectos clímáticos drásticos que perjudicarían a ciertas zonas y producirían problemas agrarios, etc. Sin embargo, Rees piensa que los problemas de agricultura y alimentación se deben más a la situación política del mundo, y a nuestras decisiones económicas, que a la temperatura. Podemos concluir que independientemente del asunto de la temperatura, subyace bastante demagogia. Así que es esto lo que más nos debería preocupar.

Probabilidades y el problema de la objetividad matemática

En 1937 la academia nacional de las ciencias de Estados Unidos organizó un estudio que tenía como fin la predicción de descubrimientos de las décadas posteriores. Fueron incapaces de predecir las tecnologías que han dominado el mundo en años posteriores, ni de ver las ramificaciones de sus propios descubrimientos. Los rayos X no fueron una investigación médica sino un descubrimiento accidental de un físico. Francis Bacon ya observó que los avances más importantes son los menos predecibles en Novum Organum "estas cosas (...) no fueron descubiertas por la filosofía o el arte de la razón sino por el azar y la oportunidad".

Existe un reduccionismo positivista y una fascinación matemática que se asume como objetividad, sin embargo, la evidencia nos muestra que siempre existen efectos imprevisibles. El proyecto de la lanzadera espacial estimaba un riesgo menor a uno de 1000, sin embargo el Challenger explotó en su décimo vuelo en 1987. Las centrales nucleares se diseñan de tal modo de que la probabilidad de que se produzcan los peores accidentes inferior uno en 1 millón de años de reactor. La experiencia nos muestra que esto no es así, y que de este tipo de cálculos escapan riesgos no controlados. En medicina la evidencia muestra que los médicos sobrevaloran los beneficios e infravaloran los daños y los riesgos de las intervenciones de manera sistemática. Imaginemos cuando se trata de variables menos conocidas como sucede con los experimentos de la física.

Debemos distinguir la probabilidad fuerte, de aquella probabilidad proveniente de marcos teóricos incompletos no sustentada en evidencia empírica previa. La probabilidad fuerte es aquella que está matemáticamente comprobada mediante distintos experimentos durante mucho tiempo a nivel de evidencia empírica experimental. Dicho de otra manera, la matemática que se ha podido contrastar con observaciones reales. Por ejemplo, el hecho de que podemos predecir que lanzar una moneda al aire un número de veces supone una probabilidad que progresivamente genera una curva de tendencia central. Esto podemos traducirlo a matemáticas realizando estimaciones "fuertes" con probabilidades exactas. Esto difiere mucho del cálculo de probabilidades que no se han producido repetidamente en el pasado, es decir, la estimación en condiciones experimentales. La predicción aquí no es una probabilidad fuerte sustentada en un proceso de observación repetida, sino más bien modelos que sugieren una estimación en condiciones de hipótesis incompletas. Existe además un salto entre las condiciones experimentales controladas y las condiciones e interacciones que existen en un marco ecológico real.

Adicionalmente, la estimación del riesgo debe sopesarse contra el daño potencial. Puede aceptarse una mayor probabilidad de un riesgo limitado que un riesgo sistémico. Cuando se nos dice que existe una probabilidad entre varios millones nos puede parecer un riesgo bajo, pero un suceso que puede afectar a 7000 millones de seres humanos de manera mortal debe dividirse esa probabilidad entre los millones de potenciales afectados y obtener el riesgo-persona. Así, muchos de esos números estarían por debajo de lo aceptable en muchas áreas cotidianas. Aún más si consideramos el hecho de que una catástrofe sistémica no solo produce mortalidad a nivel global, sino que negaría la vida a los seres humanos futuros. Si consideramos un criterio de "personas posibles", los números de algunas estimaciones de experimentos científicos son bastante más cuestionables de como se pintan. Debemos considerar además que todos los días ocurren sucesos de muy baja probabilidad en todas partes. Si realizamos repetidamente experimentos de baja probabilidad en distintos ámbitos, es cuestión de tiempo que una catástrofe suceda. A veces se utiliza el argumento de que el riesgo es inferior al de algún riesgo natural como el impacto de un gran meteorito al que estamos expuestos de forma natural. Pero la existencia de riesgos naturales no legitima imponer a la humanidad a riesgos adicionales que multiplican la probabilidad de una catástrofe. Los estudios de modelado estadístico presentan más incertidumbre de lo que se quiere admitir, porque el factor multiplicador puede depender de distintas variables y condiciones. El fallo de los modelos predictivos ha podido verse recientemente en las malas estrategias aplicadas durante la pandemia, como los modelos de Neil Ferguson del Imperial College que por alguna razón se tomaron como referencia para el COVID, a pesar del espectacular historial de predicciones fallidas de Ferguson sobre distintos contagios. Quizás es que interesa más lo falso que lo verdadero.

Muchos científicos son completamente incoherentes en este aspecto, dado que si realizamos experimentos con cosas, es precisamente porque no entendemos bien todos los efectos de las cosas con las que experimentamos. Si ya "la ciencia" lo sabe todo por adelantado, ¿para que hacer experimentos? El uso de un lenguaje omnipotente y de control objetivo que utilizan muchos científicos y políticos para defender sus intereses es completamente irreal. Los descubrimientos tienen derivaciones posteriores que sobrepasan los efectos inmediatos. Ni siquiera aunque tengamos un buen conjunto de datos empíricos inmediato podemos predecir los efectos que puedan derivarse.

"Los teóricos parecen haber estado más interesados en tranquilizar a los ciudadanos sobre una preocupación que ellos consideraban poco razonable que en realizar un análisis objetivo".

Vigilar y castigar

La implantación quirúrgica de transmisores comienza a proponerse seriamente (palabras de Rees). Autores como Fukuyama han hablado de la creación de fármacos para el control del comportamiento, algo que ya estaba en Aldous huxley hace casi un siglo. La psicofarmacología en realidad no ha alcanzado ningún desarrollo relevante, siendo la psiquiatría una de las especialidades que menos aportaciones ha hecho a la salud al menos en el último medio siglo. Thomas Szasz ya advirtió que los científicos usaban jerga química sofisticada para tapar la falta de evidencia empírica. Baste que se estén intentando rescatar sustancias psicotrópicas usadas en los 60´s antes de su prohibición, y que su evidencia es mayor que toda la psicofarmacología "moderna".

No obstante, es evidente que no es necesario fármaco alguno para controlar la conducta del ser humano. Menciona Rees a Skinner diciendo que sus teorías conductistas están desacreditadas. Aquí Rees realiza una afirmación completamente irreal. El efecto psicológico ejercido a nivel de condicionamiento por el proceso de institucionalización de las personas, los medios de comunicación, internet, etc, tiene un efecto en realidad más amplio, integral y dirigido sobre la consciencia de las personas de lo que pudiera producir simplemente un fármaco. Si a nivel clínico el proceso de condicionamiento operante tiene un efecto limitado en muchas intervenciones, el efecto de condicionamiento estructural sobre toda la vida de la persona es bastante más fuerte, porque la exposición produce un refuerzo abrumadoramente mayor. Cae por su propio peso, si el efecto de condicionamiento no fuera importante, los gobiernos no tendrían el evidente interés en controlar los medios de comunicación y los distintos procesos de institucionalización a los que someten a las personas, y las corporaciones no invertirían gran parte de su presupuesto en márketing para condicionar lo que las personas desean. Es visible el poder de alienación que produce el smartphone, mucho mayor a un fármaco. La sociedad ya tiene el pensamiento ampliamente controlado mediante condicionamiento, no es necesaria la carrera farmacológica que visionaba Huxley para lograr una sumisión casi completa de la población.

Habla Martín Rees del peligro que suponen los propios medios de comunicación, los cuales pueden provocar problemas graves en la vida cotidiana aprovechando cualquier suceso. Esta predicción de Rees también ha sido certera en los últimos años. No ha sido necesario psicofármaco alguno para que la mayor parte de la sociedad acepte obedientemente todo lo que se le ha impuesto durante la pandemia. La tecnología digital permite el control total de la información y la supresión definitiva de la libertad de expresión. "La vigilancia universal comienza a ser técnicamente factible". A la siguiente generación de personas les parecería algo natural "la vigilancia urbana al más tradicional estilo totalitario". Es evidente que existe un cambio de internet por un sistema cerrado de plataformas controladas mediante algoritmos, a las órdenes de estados. La progresiva censura es otra consecuencia de la ciencia, que supone aumentar el poder de gobiernos y corporaciones para controlar la información. La existencia de una tecnología que posibilita la más sofisticada dictadura totalitaria es una realidad. El uso de las tecnologías para censurar la información inconveniente mediante algoritmos es simplemente el presente que vivimos. La película Demolition Man hace unos 30 años mostraba un sistema de control social basado en la pérdida de créditos por decir una palabra que el sistema considerara "ofensiva". Estamos llegando a este momento.

"¿Tendremos que someternos para sobrevivir a la intimidación de un estado policial, a la privación de toda intimidad o a tranquilizarnos hasta la pasividad?"

Posthumanidad

No hay lugar alguno en el espacio que ofrezca un hábitat tan clemente como estar en mitad de la Antártida o sumergido en el fondo de un océano. Ni siquiera en las proximidades de la tierra. Una cuestión básica es si lograremos tener vida autosuficiente en el espacio antes de la extinción de la vida en nuestro planeta. Establecer grupos sociales autosuficientes fuera del planeta tierra es un objetivo para disminuir el riesgo de desaparición de la especie humana en la tierra. Si todo avanza sin sobresaltos, el homo sapiens se habrá diversificado pronto en distintas subespecies, quizá biológicas, quizá una mezcla de biología y tecnología, con alta capacidad de adaptarse a ambientes diversos fuera de la tierra.

Si alguna vez viajamos fuera de nuestra galaxia no será un viaje humano, sino un viaje posthumano. No es eficiente desplazar organismos humanos calóricamente costosos con toda clase de limitaciones metabólicas por el espacio. El ser humano será descargado a hardware. La vida posthumana implica la transformación del ser humano en simples fragmentos de material biológico genético conectados a memorias inorgánicas construidos en el interior de estructuras que permitan su diseminación por todo el espacio produciendo copias de sí mismas. Es cuestión de tiempo que conozcamos el destino de los primeros seres humanos clonados. A partir de ahí, la reproducción sexual posiblemente desaparezca y comienza el ser humano de síntesis y replicación de material biológico. El propio Watson, descubridor de la estructura del ADN, llegó a afirmar que los biólogos debían jugar a ser Dios. La pregunta es si esto es realmente deseable.

El peligro de la lógica reduccionista de la ciencia, el razonamiento bottom-up desde las unidades más pequeñas, es que elimina al propio ser humano de la ecuación. Sin embargo, si podemos predecir el comportamiento de las aves que emigran, no es mediante los electrones protones y neutrones de su organismo. Aunque se descifró todo el genoma humano, las cadenas de moléculas que codifican nuestra herencia genética, aún es necesaria la postgenómica, entender de qué manera el código genético y toda la maquinaria que lo rodea determina el ensamblaje de proteínas y su expresión. La cuestión que se presenta es el desgarro definitivo del ser humano de la naturaleza, y la entrada en la posthumanidad. Aquí hablamos de la creación de seres posthumanos construídos gen a gen. Ni siquiera es necesario mantener una forma humana de alto coste calórico para mantener funciones prescindibles. No necesitamos un sistema cardiopulmonar calóricamente costoso y que enferma. Pueden diseñarse métodos mucho más eficientes para oxigenar las células. Los humanos no necesitan la biología corporal para tener conciencia, salvo quizás algunas unidades neuronales. El resto de nuestro cuerpo es técnicamente desechable. Estas modificaciones suponen replantear la definición de ser humano, quizás también la de vida.

Parece que las personas ven en el futuro desde la romántica visión en la que existen seres humanos libres que se benefician de máquinas y tecnologías. Esto es ingenuo. La realidad a la que nos enfrentamos es mucho más radical. Quizás se pierda la individualidad, y lo único que exista sean unidades conectadas a una consciencia común. Igualmente, las personas piensan que los avances de la ciencia biomédica serán simplemente curar más enfermedades en ese mismo cuerpo natural. Nuevamente, la realidad es menos romántica. Aunque esto no lo comenta Rees, para que la vida no esté limitada por la caducidad del cuerpo biológico, inevitablemente el proyecto pasa por deshacerse del organismo tal como es naturalmente. Ello implica a su vez un control humano total, una edición genética completa de todo ser, convertido en ese momento en proceso. Aunque posiblemente comencemos antes con implantes de chips (palabras de Rees).

Si existiera vida inteligente en otras partes del universo, no debemos asumir que nos comunicaríamos con ellos de forma directamente orgánica. Es más probable que una forma de vida más inteligente o desarrollada que nosotros hubiera extendido una red de comunicaciones por el espacio, dado que es más fácil tecnológicamente enviar señales de comunicación que desplazarse físicamente a través de distancias enormes. Si se logra lo último, antes debería haberse logrado lo anterior. Una posibilidad es que lo hayan hecho, pero que por alguna razón no quieran que lo sepamos.

Si nuestro planeta es meramente uno de los posibles millones de planetas habitados existente en un número de galaxias inimaginable, incluso en distintos universos, entonces el destino de la vida en la tierra podría ser un evento anecdótico dentro de la inmensidad histórica del cosmos. Pero igualmente, muchos científicos consideran que quizás la vida sea un suceso tan extraordinariamente raro, que quizás esas criaturas tan insignificantes con cara de sueño con las que nos cruzamos de camino al trabajo sean los únicos seres vivos conscientes existentes en todo el universo. La vida de los seres vivos alberga el misterio de la consciencia, el mayor misterio de la ciencia.

El desarrollo de la inteligencia y la complejidad quizás no haya hecho más que comenzar su andadura cósmica. Surgen preguntas que dan vértigo. Por un lado, ¿estamos dispuestos a acabar con la naturaleza humana para convertirnos en un producto de diseño que procesa información? En el sentido opuesto podemos preguntarnos: ¿podemos partir de la base de que el ser humano es el producto final de la evolución, la culminación de la vida, el organismo final, la medida de todas las cosas?. Renunciar a la naturaleza humana es una cuestión muy incómoda. Sin embargo esta es la realidad que afrontamos. Supone renunciar a la vida humana tal como la conocemos. Parece que en cuanto iniciamos la civilización poniendo las primeras piedras para dejar atrás la vida del paleolítico, estábamos iniciando un viaje hacia nuestro final como seres humanos. Quizás la manipulación biológica produzca nuestra extinción. O podría contrariamente transformar un universo árido en un universo lleno de vida.

¿Quién debe decidir?

La investigación científica depende de cuestiones sociológicas, políticas, económicas, etc, y todas ellas son indisociables, comenta Rees. Un científico en absoluto tiene algún tipo de sabiduría especial para tomar decisiones complejas sobre la vida humana que implican razonamiento ético, social, epistémico, etc. Ningún científico puede tener la palabra para decidir que riesgos debe asumir la población, o como debe vivir, lo cual no son cuestiones científicas, sino filosóficas, éticas, políticas, etc. "Las opiniones de los científicos no deberían tener un peso especial a la hora de decidir cuestiones éticas o situaciones de riesgo", dice Rees. Tampoco las de los políticos, cuya opacidad y poder ha ido también creciendo en contra de la consciencia de la población. La sobrevaloración que la población tiene sobre los "expertos" es muy preocupante. Quien crea que un científico es alguien libre de sesgos, de conflictos de intereses, de presiones institucionales, de sesgos económicos y personales, y que está libre de ideologías, y libre de torpezas intelectuales de toda clase... sencillamente no tiene ni idea de la realidad.

El físico Francesco Calogero considera que hay poca franqueza en los debates científicos, y cree que muchos científicos se dedican más a las campañas de relaciones públicas que a la objetividad científica. Calogero piensa que siempre debería haber un equipo de científicos a favor y en contra de todo argumento, y que la mejor posibilidad para la comprensión de todas las dimensiones de una cuestión y la visión más objetiva posible es intentar refutarse mutuamente hasta el final. Sin embargo, esto raramente sucede, y la ciencia no es ese debate abierto por las mejores ideas con el que tantas personas fantasean. La ciencia es más política que una desinteresada búsqueda de la verdad. Se necesita un debate mas ecuánime, no solo por el sesgo de autoconfirmación científica del que existe evidencia sobrada, sino también por la grosera sobrevaloración del conocimiento de los "expertos" por parte de la población.

Prevalece una ética utilitaria, en la que, como el célebre doctor Moreau de la obra de H.G. Wells, las investigaciones simplemente llevan donde conduzcan. La ética científica sigue esta lógica circular, racionalizada burdamente como "objetividad de la ciencia". Instrumentalidad justificada en sí misma y en el materialismo productivo del propio sistema, sumado al discurso racionalizante que disemina el sistema. Ética pasa a ser proceso. "La ciencia" y sus creyentes quedan atrapados en una consciencia racionalizante que encaja perfectamente con personalidades instrumentalizadoras y controladoras, rasgos mayoritarios en ciencia y política, por motivos autoevidentes.

"Todos los países otorgan un mayor apoyo a las ciencias que prometen beneficios valiosos". El proyecto científico no tiene ninguna objetividad como tanta gente parece idealizar. El proyecto científico se desarrolla hacia donde interesa. En primer lugar control social, geopolítico, estratégico. En segundo lugar el interés económico y corporativo de quienes financian las investigaciones. Pero lo económico está supeditado a lo estratégico. Lo primero es el control y el poder. La izquierda del S.XX lo comprendió súbitamente a partir de toparse de frente con Stalin y Mao, aunque hoy nuevamente lo haya olvidado.

La cuestión es clara. ¿Puede vivir la población ignorando su destino? ¿Puede vivir la población sin consciencia, conocimiento, ni participación en las decisiones que afectan a toda la humanidad? ¿Pueden las personas renunciar a decidir su destino porque es más cómodo delegar su cerebro y su soberanía a una aristocracia de políticos y científicos que toman estas decisiones según sus propios intereses de control social?

Comentarios finales

El libro de Rees es bastante sencillo, y sus ideas principales en general quedan recogidas en este pequeño comentario de texto. De hecho, se echa en falta alguna cuestión filosófica más. En mi visión, la fascinación por la ciencia, la tecnología y la medicina de la mayor parte de las personas no viene del conocimiento, sino contrariamente de la ignorancia, de un profundo desconocimiento de la dirección y las implicaciones de las cosas.

La tecnología no será un simple complemento de la persona, es el ser humano quien será finalmente un complemento de la tecnología. En cuanto la tecnología para un sometimiento total de la población esté disponible, la población será sometida. No existe ninguna razón realista para pensar lo contrario. Es innegable que existe en los últimos años un aumento del autoritarismo de los gobiernos, producido precisamente por la producción de tecnologías que permiten censurar y controlar la información. Con ello la consciencia de la población. No se necesita ningún psicofármaco experimental. Las personas se someten voluntariamente con solo un poco de lenguaje: "la ciencia", "el bien común", "negacionista". Está por ver que finalmente quede algo de ser humano en las unidades biológicas necesarias para el proyecto posthumano. Si no nos extinguimos, en el próximo siglo probablemente veamos un salto evolutivo en nuestra especie superior a cualquier transformación sucedida a lo largo de millones de años de selección natural.

De ninguna manera un científico tiene algún tipo de conocimiento especial para tomar decisiones sobre la vida humana. Sin embargo, las personas han renunciado a entender lo que sucede y a implicarse en este tipo de cuestiones, por lo que han puesto en bandeja el control del destino de la humanidad a un puñado de Estados y corporaciones, que están completamente fuera de control. Ya no existe nada, salvo una tecnocracia fuera de control, y una población incapaz de procesar lo que pasa a su alrededor. Reformistas, racionalistas ilustrados, socialistas y marxistas se equivocaron groseramente respecto a la capacidad del ser humano para comprender el mundo en el que vive. Sobrevaloraron el simple hecho de que a la mayoría de las personas les importe un huevo algo más allá de llenar el estómago y su distracción diaria. Nietzsche lo entendió mejor, pese a los excesos que se quieran, aunque en realidad ya lo habían entendido hace 2000 años los romanos con su "panem et circenses". Quizás la afirmación más importante de todo lo que se haya escrito sobre ciencia política.

Toda mi vida la recuerdo entre amenazas: el agujero de la capa de ozono, "la droga", la escasez del petróleo, la deforestación, el efecto invernadero, el sida, los talibanes, los atentados terroristas, las armas de destrucción masiva de Irak, "el avance la derecha", etc, etc. Hoy las personas describen en encuestas sociológicas su preocupación por el cambio climático. En los 90´s las encuestas del CIS mostraban "la droga", que hoy nadie menciona. El factor común de la preocupación del ciudadano a lo largo de los años coincide espectacularmente con las horas de propaganda dedicadas a una cosa u otra en cada momento. Esas mismas personas encuestadas ignoran riesgos más probables y más letales. Las preocupaciones de las personas no son por tanto preocupaciones de la persona. A la persona le preocupa lo que disemine la estructura discursiva que les rodea, aunque varíen los matices entre invididuos. Sin embargo, los mayores peligros son precisamente aquellos que los propaganderos del estado y las corporaciones silencian, y por ello permanece fuera de la consciencia de las personas. El ser humano está enajenado a nivel de consciencia (en sentido de signos de Baudrillard), y sometido a nivel de conducta (en sentido de condicionamientos de Foucault). Ya no nos mueve una guerra contra un enemigo, nos mueve nuestra propia civilización, nuestros hábitos, nuestros deseos, una idea irreflexiva de progreso, conducida por un deseo de consumir cosas nuevas, nuestro sistema económico, nuestra sociedad de consumo.

No hay ninguna ideología ni elección política más que en el lenguaje, cuya función es precisamente ocultar que la política no existe, solo existe el poder militar del estado, el poder financero, biomédico, mediático... Y una población intelectualmente sobrepasada que ignora todo lo que sucede a su alrededor (pero en mi visión nada inocente). Los intereses de quienes se arrogan hablar en nombre de la humanidad de forma condescendiente imponen riesgos sistémicos a todo el planeta.

La palabra "progreso" se utiliza de forma propagandística por su poder racionalizante para adaptar la consciencia humana al proyecto de la sociedad industrial (más o menos socializada, algo completamente secundario pero que muchas personas encuentran fascinante). La idea de que toda la vida ha sido algo oscuro y lamentable hasta que hemos llegado los reyes de la creación de la modernidad es parte de la propaganda, diseminada no solo en la ciencia sino en los libros de historia o en el cine. Es el propio concepto de "progreso" el que permanece sin crítica ni reflexión por la mayoría de las personas, que dan por hecho que las cosas "avanzan", lo que no entienden ninguno de ellos es hacia donde. Tenemos "progreso" de sobra para vivir bastante mejor de lo que vivimos, y si no vivimos mejor, no es por una falta de ciencia y tecnología, sino contrariamente, porque cegados con este proyecto materialista, la mayor parte de las personas han renunciado a todos y cada uno de los valores humanos y sociales necesarios que lo permitirían. Por otro lado, si la ciencia o la sociedad "progresa", los riesgos también lo hacen en paralelo. La cuestión es que si el camino es equivocado, entonces cabe plantearse que es realmente el progreso. Es esa misma maquinaria tecnocrática de progreso la que ha eliminado la posibilidad de realizar política para vivir de otra manera. En definitiva se impone una visión unidimensional de progreso, que incluso elimina la política, que ya no existe salvo escenificación, pues toda acción política estará sometida a esta operativa de procesos de un mismo sistema.

La mayoría de los científicos parecen pasar más tiempo tratando de persuadir a los demás para que acepten sus ideas, que persiguiendo la realización de las investigaciones necesarias y transparentes de las cosas. La pandemia ha mostrado que la mayor parte del sector biomédico y sociosanitario prefiere el argumento de autoridad, y la transparencia parece ser el enemigo número uno. Quienes realizan intervenciones son los primeros que no tienen claros datos básicos de las terapias que realizan. Ni la mayoría sabe calcular números básicos. Irónico dada la arrogancia existente en el sector.

El racionalismo ilustrado parte de la falacia de que el conocimiento liberaría a las personas, mientras construían junto a los materialistas las tecnologías racionales y materiales de su control total. Vamos hacia una dictadura tecnocrática de vigilancia y control total (ya lo estamos). Ningún tema tiene más actualidad y es más importante para la humanidad que nuestro destino, lo que implica en primer lugar una filosofía de la ciencia, la técnica y la tecnología, las cuales han producido la mayor concentración de poder de la historia de la humanidad. Los estados se apresuraron en eliminar la filosofía de la enseñanza , en particular los filósofos que entendieron el peligro de la ciencia y la tecnología, del racionalismo utilitario, y del propio estado. Básicamente, la mayoría de filósofos de izquierda del siglo XX, pero también liberales como Hayek, Hannah Arendt, o socialdemócratas como Popper. No había un solo filósofo relevante de la segunda mitad del siglo XX que no advirtiera del peligro de la ciencia como ideología y del peligro del aparato del estado.

Aunque el COVID no se ha ido, a pesar del apagón informativo que intenta tapar la gravedad de todo lo que ha sucedido, la cuestión es que vendrán más episodios, probablemente aún más mortales. Por eso los medios nos enseñan insistentemente a las Jenni Hermoso y otros acontecimientos de alta profundidad intelectual y moral. Nada de esto es casual.

"La humanidad corre un riesgo mayor que nunca derivado de una posible aplicación indebida de la ciencia". Martin Rees.
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