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Herbert Marcuse. El hombre unidimensional.

Herbert Marcuse (1898-1979) fue un filosofo alemán y exponente de la Escuela de Frankfurt, que publicó "El hombre unidimensional" en 1964, considerada una de las obras más subversivas del SXX. Marcuse realiza una crítica de las sociedades industriales, y el uso de la ciencia y tecnología como instrumentos de control social. La industrialización y burocratización de las sociedades, tanto las capitalistas como las socialistas, convierten a los individuos en seres planos con un pensamiento y conducta unidimensionales. Los individuos son atrofiados por el aparato administrativo e industrial, y pierden la capacidad de pensar críticamente (que necesita precisamente trascender lo inmediatamente dado de lo cotidiano). Sin embargo, la unidimensionalidad no solo afecta al pensamiento, sino también a la política, la cultura, el lenguaje, las relaciones sociales, etc. El sistema productivo y administrativo crecientemente somete a los individuos, los cuales viven en un estado de alienación, conformismo y sumisión. Las personas están demasiado cómodas consumiendo los productos del sistema para razonar moralmente o realizar una crítica de las cosas. La ciencia y la tecnología para Marcuse son ante todo herramientas que permiten ejercer una dominación más eficaz.

CIENCIA, TECNOLOGÍA Y DOMINACIÓN

"La tecnología y la ciencia se organizan para el cada vez más efectivo dominio del hombre y la naturaleza".

La conquista científica de la naturaleza supone inevitablemente la misma conquista científica del hombre, su dominio efectivo. La ciencia y la tecnología han ayudado a capturar a la sociedad mejor que el terror, dice Marcuse. "Las formas predominantes de control social son tecnológicas". La sociedad industrial es una sociedad qué maximiza su poder operativo, lo cual es indisociable con una mayor capacidad de vigilancia y control sobre la sociedad. Así, los logros de la sociedad industrial avanzada suponen también su condena.

Hay un carácter interno instrumentalista de la racionalidad científica, un a priori utilitario que lo aleja de la búsqueda de lo verdadero, para dirigirlo a una búsqueda del control de la sociedad. La racionalidad tecnológica protege así antes que niega la legitimidad de la dominación. Se produce una ciencia y una organización de los hombres y las cosas según lo medible que pueda ser extraído de ellas. Esto es cambiarlo verdadero por lo instrumentalmente útil para su control. Esto conduce a una sociedad racionalmente totalitaria. La observación y el experimento, la organización metodológica de los datos, las proposiciones y conclusiones, nunca se realizan en un espacio neutral sin estructura. Por tanto, la ciencia y la tecnología implican una práctica social y un orden de dominación. Todo reino implica la aceptación de esquemas de servidumbre, y la máquina tecnológica y burocrática conlleva la capacidad de ejercer el poder y someter a la población a su orden.

El gran beneficio de la sociedad industrial es la producción de bienes que resultan en comodidades, accesibles progresivamente a un mayor número de personas. Este mismo proceso es el que los subordina. La dominación está en el mismo proceso de gratificación. La producción se convierte en una tautología que se reproduce y justifica a sí misma. Sociedad, política, razón, son la mera reproducción de la producción. Todo comienza y acaba ahí.

La transformación tecnológica de la naturaleza altera la base de la dominación. Se reemplaza gradualmente la dependencia personal (por ejemplo con el dueño de una hacienda), por una dependencia impersonal a un orden productivo abstracto que ejerce una coacción sometiendo todo el sistema a leyes económicas, burocracia, etc. La aceptación de este orden a su vez deshace las comunidades, sometiendo todo a un orden internacional que somete a todos los que construyen este aparato.

El mundo tiende a convertirse en la materia de la administración total. La tela de araña de la dominación ha llegado a ser la tela de araña de la razón misma, y toda la sociedad está fatalmente enredada en ella. Las ideas de libertad de pensamiento, de palabra y de conciencia, que surgieron con la ilustración, eran una ideología para reemplazar un sistema de dominio por otro. Una vez institucionalizado un nuevo sistema de dominio, estas mismas ideas críticas son combatidas. ¿Qué podría ser realmente más racional que la supresión de la individualidad en favor de corporaciones más eficaces y productivas?, dice Marcuse.

Vemos hoy recurrir al cinismo del "bien común" para justificar la dominación autoritaria sobre las personas, eliminando a la persona de cualquier finalidad instrumental productiva de la maquinaria burocrática-corporativa. Pero también la reducción de las soberanías nacionales que entorpecen la organización internacional (supranacional) de los recursos, dice un visionario Marcuse. La existencia de un sistema global de dominación es hoy un hecho que derriba cualquier noción de política pasada. Vamos hacia un orden político completamente diferente, un autoritarismo que precisamente permite los medios materiales creados por el progreso científico y tecnológico, los cuales hacen posible el dominio total de la sociedad.

Lo racional nunca ha sido lo bueno, ni lo ético, ni siquiera lo sabio. La racionalidad científica es simplemente producir más, crear tecnologías de producción más eficientes, etc. Todo se vuelve una dinámica unidimensional auto cumplida que progresa a un estado tecnológico administrado en su totalidad. Es el aparato el que impone sus exigencias productivas a la sociedad, y no al revés. El aparato no sirve a la sociedad, es la sociedad sirve al aparato. El sistema productuvo se impone sobre la sociedad, la conducta, el pensamiento, la cultura, la política, etc. "La sociedad industrial contemporánea tiende a ser totalitaria". Este totalitarismo puede darse perfectamente con una pluralidad de partidos y gobiernos. El único poder político real es el de la organización técnica del aparato. El totalitarismo se alcanza mediante la coacción económica y la manipulación de necesidades. Este pluralismo va en realidad contra la oposición, produce una integración bajo el sistema. Bajo esta brutalidad operativa no existe sociedad libre alguna, ni individuo libre.

Incluso con una ciencia pura la razón teórica se convierte en práctica social. La cuantificación de la naturaleza que llevó a su explicación en términos de estructuras matemáticas separó a la realidad de todos sus fines inherentes y consecuentemente separó lo verdadero de lo bueno, la ciencia de la ética. La objetividad de la naturaleza no puede concebirse en términos de causas finales para Marcuse. Las personas hablan de "progreso" como algo dado, que sigue un proceso objetivo y positivo. Sin embargo, si se "progresa" o no, es algo que depende de la finalidad última, y no solo del proceso mecánico. La naturaleza debe entenderse como una sistemática de procesos y relaciones que no tienen una finalidad en sí mismos, ni existen de manera independiente a los procesos sociales y la acción humana.

Mientras más se expande la maquinaria administrativa y productiva, más se contrae la vida de las personas. "El espacio privado ha sido invadido y cercenado por la realidad tecnológica". La dimensión interior de la mente como la vida en sociedad se ve reducida paulatinamente, osificada en reacciones casi mecánicas. Esta maquinaria determina necesidades y aspiraciones, expectativas, borra la oposición la existencia privada y pública, entre las necesidades individuales y sociales. "La dominación disfrazada de opulencia y libertad se extiende a todas las esferas de la existencia pública y privada, integra toda oposición auténtica". Tanto la eficacia tecnológica y técnica como el aumento de la capacidad de consumo han convertido este sistema en deseable. El sistema se coagula y anquilosa, reproduciéndose y perpetuándose "justificado por las realizaciones de la ciencia y la tecnología, por su creciente productividad, el status quo desafía toda trascendencia". Sociedad y naturaleza, espíritu y cuerpo, se mantienen en un estado de permanente movilización para la defensa de este universo. "En esta sociedad el aparato productivo tiende a hacerse totalitario".

Los técnicos y los especialistas "son los beneficiarios bien remunerados y satisfechos del sistema", dice Marcuse. "Progreso no es un término neutral, se mueve hacia fines específicos". Y ese mismo progreso es el totalitarismo y la transformación de la vida humana en un producto del proceso. "Las capacidades (intelectuales y materiales) de la sociedad contemporánea son inmensamente mayores que nunca; lo que significa que la amplitud de la dominación de la sociedad sobre el individuo es inmensamente mayor que nunca." En definitiva, para Marcuse "la sociedad tecnológica es un sistema de dominación".

"La tecnología sirve para instituir formas de control social, de cohesión social, más efectivas y más agradables". Esto es algo que la mayoría de las personas parecen no ver. El totalitarismo bruto y ostentoso del SXX son fases inferiores de sistemas totalitarios. En sus fases superiores, el totalitario debe disfrazarse ante la opinión pública, siendo agradable y procurando satisfaciones ociosas y de consumo. Vivimos en "una ausencia de libertad cómoda". El sistema totalitario perfecto no es aquel que produce tensión con la sociedad, como en el S XX, sino lo opuesto. Entretenido y con el estómago lleno, el individuo de la civilización industrial avanzada esté en la situación ideal de un sistema totalitario avanzado. "¿Dónde hay actualmente la órbita de la civilización industrial avanzada una sociedad que no esté bajo un régimen autoritario?". La mayoría de las personas siguen teniendo una consciencia sobre lo que es un sistema totalitario correspondiente a la escenificación tosca que promocionan los libros de historia y los medios de masas. Incapaces por tanto de ver lo que tienen en sus mismas narices disfrazado de "democracia" y otros eufemismos. La organización social cambiante es el resultado del juego de los intereses dominantes. Pero tras la fachada de distintas organizaciones políticas y juegos de palabras, existe una estructura de dominio que se expande.

"La sociedad industrial avanzada es un universo político, es la última etapa de la realización de un proyecto histórico específico, esto es, la experimentación, transformación y organización de la naturaleza como simple material de dominación".

El empirismo positivista es falso en la medida en la que renuncia a todo salvo lo inmediato aislando y dispersando los hechos. Encerrada en ese marco, la investigación se hace circular y se da validez a si misma. La razón tecnológica es razón política, y ambas confluyen en una razón de dominio y control social. "Nos sometemos a la producción pacífica de los medios de destrucción". El progreso técnico es ante todo un instrumento de dominación, nos dice Marcuse.


PENSAMIENTO UNIDIMENSIONAL

En la medida en que la sociedad se convierte en científica, industrial y tecnológica, el pensamiento meramente reproduce la dinámica en la que está inserto. Por tanto el pensamiento pasa a ser afirmativo, positivo, la simple consecuencia de la inercia operacional del sistema. Con ello se produce una contracción del pensamiento, la mente es precondicionada, y se produce una repulsión espontánea de datos contradictorios con la reproducción de la mecánica en la que se está inserto. La mente humana está presente sobre todo para rechazar material incompatible con la operativa.

El pensamiento unidimensional es el pensamiento inmediato, incapaz de abstraerse y trascenderse. El mundo de la experiencia inmediata es de hecho antagónico con el pensamiento. Para comprender la realidad, debe atravesarse la experiencia inmediata, transformarla, abstraerla. El universo totalitario de la racionalidad tecnológica es la última transmutación de la idea de la razón, positivizada en la experiencia y producción del aparato social cotidiano. El aparato productivo y la burocratización de la sociedad produce a su vez un pensamiento que responde a una lógica automatizada, racionalizada, positivizada, reducida a lo operacional, lo cotidiano, el cálculo de resultado. El pensamiento resulta así atrapado, incapaz de abstraerse y trascenderse. Simplemente reproduce la operativa del sistema, el pensamiento es la lógica de producción, de control social, de dominación. Lo racional en una lógica de dominación es ser dominado, controlado, reprimido, dictado por los expertos en nombre de lo racional, lo productivo, lo científico, el progreso. La persona busca insertarse en el aparato y ser dominada tanto como el aparato busca el dominio.

Lo científicamente racional solo lo es en términos de las leyes generales del movimiento físico químico o biológico. Lo político es el movimiento de la producción, reducido a la ley económica. Lo burocrático y lo corporativo reproduce esta dinámica. Las ideas humanitarias o morales solo son ideales, no perturban la forma de vida establecida por el hecho de que contradigan la conducta diaria dirigida por el sistema burocrático y corporativo. Sin embargo, lo bueno o lo justo no puede derivarse de lo científico, ni de lo racional, ni de lo productivo. La matematización de la naturaleza y la cuantificación materialista creó una unidimensionalización de la sociedad, la conducta, el pensamiento, la ética, etc.

Hasta ahora la función histórica de la razón ha sido reprimir, dice Marcuse. El fascismo es al fin y al cabo la racionalización total técnica del aparato social. La sociedad industrial realmente reproduce este esquema, siendo menos explícita (pensemos que precisamente lo racional es ocultar las exhibiciones ostentosas de dominación). Pero lo subyacente a toda sociedad industrial es un duro centro empírico producido por el sistema de instituciones. Esto al final traduce en una falta de instituciones representativas en los que los individuos trabajen para sí mismos y hablen por sí mismos, no para los poderes que han organizado la totalidad de la sociedad. Las personas hablan mediado por el lenguaje de otros, y por los intereses de otros. No se lucha en realidad por el proletariado, se lucha por una burocracia ajena.

El intento soviético de borrado del hombre de la ecuación, suplantado por una tabula rasa materialista, es abordado indirectamente por Marcuse. La física no mide cualidades objetivas del mundo exterior y material, la física solo muestra resultados de operaciones mentales, la naturaleza matematizada es una realidad de ideas, solo puede ser objetivo para un sujeto. La materia se define por sus posibles reacciones a experimentos humanos. Y por las leyes matemáticas que obedece. La res extensa de la filosofía científica moderna que se inicia con Galileo y con Descartes, pierde su carácter como sustancia independiente. El proceso que empieza con la eliminación de sustancias independientes Y causas finales llega la idealización de la objetividad. La matematización del universo supone un ideal que puede correlacionar con la realidad empírica

La racionalidad científica y el progreso tecnológico se traducen directamente en poder político. Con ello en dominación. El final de la racionalidad científica es la mecanización de todo. Un absolutismo utilitarista y una conversión absoluta de los valores en tareas técnicas que no será posible trascender. Los fines humanos simplemente serán fines técnicos. Un totalitarismo cuantificado alejado de incentivos autodeterminados en libertad. Las personas están demasiado entretenidas para preocuparse, cita Marcuse de Galbraith.

La identificación constituye un estadio más avanzado de la alienación, los individuos se identifican, se desarrollan, Y encuentran satisfacción dentro del sistema. La falsa consciencia se convierte en verdadera consciencia para marcuse. "la ideología se encuentra hoy en el propio proceso de producción". Los productos adoctrinan y manipulan convirtiéndose en modo de vida Y llegando cada día a más clases sociales. Aquí surge el modelo de pensamiento y conducta unidimensional en el que ideas aspiraciones y objetivos que transcienden el universo establecido de discurso y acción son rechazados o reducidos a los términos de este universo.

El pensamiento queda reducido a una representación de operaciones que supone un empirismo total. El pensamiento es meramente operacional, integrado en el sistema, y simplemente lo reproduce. El pensamiento es hipnótico, un dictado, mera repetición de esquemas y autoconfirmación positiva. Solo hay administración, fábrica, trámite, producto, ley, coste, salario función, ocio... el lenguaje reproduce la dinámica en el que la sociedad está insertada. El lenguaje de la sociedad industrial se vuelve operativo, identifica las cosas y sus funciones, generando un conductismo comunicativo que hace que el pensamiento se reduzca a predicación operativa. Tautologías de lenguaje que se vuelven inmunes a su contradicción. Como Marshall McLuhan "la comunicación impide el desarrollo genuino del significado". Este lenguaje funcionalizado es un embudo positivo que solo se orienta a los hechos inmediatos, impidiendo el desarrollo conceptual de las posibilidades suprimidas y la trascendendia a lo operativoE este lenguaje unidimensional es un lenguaje anticrítico, elimina la posibilidad del universo del pensamiento crítico y abstracto. La sociedad industrial sumerge a las personas en una dinámica que hace que la conducta y el pensamiento de los individuos sea precondicionado. El pensamiento expulsa lo que no es reconciliable con él, lo que lo incapacita para trascender lo aparentemente dado. Con lo cual, es dudoso que el pensamiento de las personas pueda llamarse siquiera pensamiento.

La acción positiva, contraria a formas de pensamiento dialécticas y bidimensionales, impone una conducta tecnológica y hábitos de pensamientos sociales. La autonomía o la crítica son sustituidos por simple designación, aserción, imitación, rituales de lenguaje, y recurrencia a la autoridad. Las personas utilizan la lógica y el lenguaje de sus dominadores. Los medios de comunicación, y en realidad todas las instituciones, generan una promoción sistemática del pensamiento, y constituyen la mediación entre los amos y los servidores. Es la comunicación en la que la conducta unidimensional se expresa. El lenguaje es despojado de cualquier evaluación cognitiva, simplemente afirma, alude a la autoridad, repite, designa. El lenguaje es funcionalizado, se reduce hasta la identificación inmediata de lo operativo que rodea a la persona. La comunicación funcional enseña al hombre a olvidar. Es el hombre disminuido pero satisfecho viviendo como un autómata, sin tensión entre pensamiento y realidad. Si el pensamiento se reduce a lo operativo, la moralidad se reduce a lo operativo, solo queda un utilitarismo de lo cotidiano que elimina la capacidad de trascendencia y el conflicto psicológico. El confort hace que el ser humano trague con todo.

El lenguaje con el que las personas se comunican existe bajo una estructura fija de instituciones que lo producen. Se promueve un falso pluralismo en la diseminación de ideas, instituciones, políticos, periodistas, corporaciones, médicos... como si no sirvieran todos ellos a la misma maquinaria de procesos que producen un discurso hipnótico que reproduce la operativa a la que todos sirven. "Es relativamente nueva la aceptación general de estas mentiras por la opinión pública y privada". Las mentiras se institucionalizan, y son reproducidas sin que hagan estallar el sistema social. El lenguaje es en sí mismo un instrumento de control. No busca la verdad, impone un discurso. Lo interesante para Marcuse es que incluso existiendo gente que no se lo cree, igualmente actúan de acuerdo con el. Es el carácter ritualizante, el hecho de existir inserto en las acciones cotidianas. El lenguaje reproduce la operativa, la cual está en todo negocio, en todo trabajo, en toda institución, en toda transacción humana, en todo ocio, en todo consumo.

A través del vocabulario hipnótico se aparta a las personas de comprender, abstraer y trascender el discurso inmediato. Gobiernos, instituciones, expertos, etc, todos ellos hablan un idioma diferente, el funcional y operativo, y con ello forman una aristocracia de lenguaje en el que aparentemente la palabra les pertenece. De esto ya advirtió Bakunin un siglo antes que Marcuse. La palabra funcionalizada organiza, designa diciendo lo que es, y ordena poner en marcha. Fórmula hipnótica de carácter autoritario prescrito de forma intimidatoria. "Lo dice la ciencia". Pero solo de forma prescriptiva, nunca muestran esa "ciencia", ni se permite una discusión abierta sobre ella, ni las personas son invitadas a leer o razonar sobre ello. Las personas aceptan de forma prescriptiva e intimidatoria las palabras del discurso "lo dice la ciencia". Parece que la mayoría de las personas efectivamente razonan mediante este tipo de etiquetas de lenguaje. "El lenguaje de los poderes existentes es el lenguaje de la verdad". Las personas dicen "lo dice la ciencia" pero ninguna de ellas sabe en realidad que ciencia es esa, ni sabe de lo que habla. Repiten la prescripción hipnotizante que meramente alude a una autoridad.

"El adoctrinamiento y la manipulación han alcanzado el estado en el que el nivel prevaleciente de opinión ha llegado a ser un nivel de falsedad". Dicho de otra manera la mentira es el estado normal de la sociedad. La racionalidad es el uso de la lógica y de la tecnología para mantener la operativa de dominio y con ello el estado de falsa conciencia.

Los conceptos operacionales no son suficientes para describir los hechos, solo son ciertos segmentos de los hechos. Por tanto su objetividad es segmentaria, no correspondiendo una totalidad. El análisis descriptivo de los hechos impide la aprehensión de los hechos, los cuales se convierten en una ideología, dice Marcuse. Los propios estudios científicos están reprimidos por sus condiciones de partida su validez interna la limitación que representan a la validez externa o ecológica, Y en definitiva con la realidad existente fuera del criterio operacional impuesto. Así se ha reducido salud pública a medicina, a su vez medicina es a su vez una mera prescripción farmacológica, la prescripción farmacológica obedece a criterios de rentabilidad, no de necesidad epidemiológica o de salud pública, etc. Los medios de comunicación de masas tienen pocas dificultades para vender los intereses particulares como si fueran los de todos los hombres sensibles.


LA SOCIEDAD INDUSTRIAL

"Una sociedad con un dominio técnico de la mente y de la materia".

Con un creciente nivel de vida la disconformidad con el sistema disminuye. El proceso productivo de las sociedades modernas "requiere la obediencia a un sistema de poderes anónimos; la total secularización y destrucción de valores e instituciones cuya sacralización apenas ha empezado". Situado entre el capitalismo organizado y el socialismo, "el estado de bienestar es un estado sin libertad". La mera distribución organizada del reparto, tanto en un sistema socializado, como en el capitalismo altamente organizado, el interés general está sometido a los intereses particulares. El "estado de bienestar" supone progresivamente un mayor nivel de vida administrada a cambio de comodidades. Bajo estas condiciones la decadencia de la libertad y la oposición no es un asunto de deterioro o corrupción moral o intelectual, sino que es un proceso social objetivo. La sumisión es la consecuencia evidente de una cantidad cada vez mayor de bienes y servicios.

La automatización supone un fortalecimiento de la posición directiva, ejecutiva y burocrática respecto a los trabajadores. Supone una dirección contraria a la emancipación. La organización tecnológica es parte de la gerencia y la dirección, pero el crecimiento exponencial de la maquinaria productiva y administrativa es tan fuerte que incluso los mismos directores y administradores se hacen cada vez más dependientes de la propia maquinaria que organizan y administran. Con ello, en realidad todo sistema conduce a un sistema totalitario, empujado por su misma productividad material hacia el control operativo total. Así sucedió con el marxismo-leninismo, sucede con el socialismo, sucede con el capitalismo, y sucede con el fascismo. La cuestión es la formación de un aparato productivo y administrativo sobre la sociedad que no tiene otro objetivo que su expansión progresiva, el control administrativo, el control sobre la producción, y el control sobre la sociedad. El desarrollo científico y tecnológico suponen progresivamente una mayor capacidad de dominio material y racional sobre la sociedad.

En el marxismo, el proletario destruye el aparato político del capitalismo, pero conserva el aparato productivo y tecnológico sometiéndolo a su socialización. Igualmente, ni la nacionalización ni la socialización alteran por sí mismas el aspecto material del sistema productivo y administrativo. Todos ellos están sometidos a la misma estructura empírica, con ello lógica, del control y la dominación. Tanto por la vía privada como por la vía socializada se llega a un aparato técnico que somete toda la existencia pública y privada en todas las esferas de la sociedad. Es más, el desarrollo socialista de las fuerzas productivas solo es posible si existe previamente un proceso de racionalización tecnológica.

Marx pensaba que poner el aparato productivo al servicio de sus productores inmediatos produciría un cambio cualitativo, dado que así la producción se encaminaría a la satisfacción de las necesidades individuales en lugar de a los objetivos de los capitalistas. Sin embargo, para Marcuse, esta emancipación es anulada en cuanto existe una maquinaria en la que sujetos y objetos están sometidos a un mismo sistema productivo en el que todos dependen mutuamente de proveedores, un aparato administrativo, etc. Una vez se somete a las personas a un sistema productivo y administrativo, ya no puede existir otra consecuencia diferente a la de una creciente producción para satisfacer materialmente la creciente exigencia de consumo de las personas. La propia emancipación marxista muere con la socialización del aparato que "hacen la servidumbre agradable, y quizá incluso imperceptible". Esta realidad tecnológica se extiende mucho más allá del proceso individual del trabajo tal como lo vio Marx.

Así el sistema tiende tanto hacia la administración total y a la dependencia total de los organismos públicos y privados que administran. Todos los agentes quedan integrados, sometidos, bajo el mismo sistema. El sindicato ha llegado a ser casi indistinguible de la empresa, ambos tienen como objetivo conseguir contratos para producir, por tanto realmente su objetivo es común. Por la misma razón, es difícil distinguir entre el estado y las empresas que producen para ese estado. Las personas acababan fagocitadas por la misma inercia. En las elecciones gobierno y oposición se justifican con toda clase de datos de ese mismo sistema de productividad. No hay ninguna oposición en ninguna parte. Todo conflicto surge dentro de un mismo sistema y es estabilizado en base a la productividad. La cohesión e integración se produce sobre las bases materiales en un proceso automático.

La riqueza real depende menos del tiempo de trabajo que el nivel tecnológico alcanzado en la sociedad bajo "una inversión y dirección gubernamentales cada vez mayores". La libertad de las personas y de las comunidades es aplastada, "la planificación [sucede] en una escala nacional e internacional". La sociedad se somete, bajo la lógica de la racionalidad y la productividad, a un poder más efectivo que permite la expansión productiva y administrativa. Este sistema aumenta las comodidades en la vida pero a cambio de la libertad, ejerciendo un dominio y administración progresivos sobre los hombres. Cuanto más capaces sean los gobernantes de repartir los bienes de consumo, más firmemente estará ligada a la población a su burocracia gobernante.

El estado de bienestar de la sociedad industrial no reduce las funciones parasitarias y alienadas, sino que las incrementa. Propaganda, adoctrinamiento, obsolescencia planificada, no son efectos secundarios de la sociedad industrial, sino sus pilares fundamentales. El sistema aplasta con ocio y consumo toda búsqueda de lo verdadero, y todo deseo de libertad. En la unidimensionalización del "más consumo para más gente", acaba el espíritu humano. La vida administrada es la vida más cómoda, y el ser humano ha vendido todo lo que le hace humano por esta comodidad administrada y el consumo de lo producido por el aparato de la productividad. El pensamiento del ser humano es el pensamiento de sus bienes, las aspiraciones del ser humano son las aspiraciones de sus bienes, los sentimientos del ser humano son los sentimientos de sus bienes, la política a la que aspiran los individuos es la política que les garantice sus bienes, etc. Así las cosas, ¿quién va a pensar por sí mismo?, se pregunta Marcuse.

Para poder trascenderse, las personas deberían tener alguna preocupación más allá de su mera comodidad diaria. Por ello, las personas no van a trascenderse contra el sistema de producción material, que inevitablemente para la mayor eficiencia conduce a su vez a la concentración de poder. No solo el capitalista, es el individuo de izquierdas quien muestra esta unidimensionalidad más que nadie. Que se socialice la productividad y el consumo, como expone Marcuse, no cambia nada. Podríamos ir más allá de lo que afirma Marcuse: incluso lo blanquea moralmente. Ahora la vida basada en consumir es "de izquierdas".

La sociedad industrial no tiene ningún problema en gastar miles de millones mantener entretenida a las personas, y que tengan llenos el estómago para que no protesten. Es más, esta es la situación perfecta de todo estado totalitario, socializado o capitalista corporativo actual. Es evidente que la jugada del estado es precisamente esta: entretenimiento y consumo a cambio de soberanía y libertad. Y esto es precisamente lo que la mayor parte de las personas han aceptado, renunciando a todo valor humano por comodidad. Es dolorosamente visible como la mayoría de las personas aceptan acciones frontalmente autoritarias, repitiendo eslóganes racionalizantes diseminados de forma propagandística sobre "bien común", "progreso", "salud pública" o " igualdad". Las personas se autoembaucan con este tipo de lenguaje para racionalizar vía disonancia cognitiva el hecho de someterse por migajas, como ya criticó Arendt. El "progreso", el "interés común", la "igualdad", etc, nunca son en términos de emancipación, de libertad de pensamiento, de ética, o de cualquier otro valor humano o social. Siempre es de cosas materiales, como también criticó Baudrillard. El autoritarismo no se produce solo, es ampliamente legitimado con todo el cinismo posible, en nombre de la izquierda tanto, si no más, que del capitalismo.

El consumo produce un sistema de alienación que proporciona satisfación dentro del embrutecimiento, el automatismo, y la infelicidad general. Las falsas necesidades que produce el sistema generan euforia dentro de la infelicidad. El individuo no tiene control ni conciencia, dice Marcuse. Toda liberación depende de la toma de consciencia de la situación de alienación y servidumbre a una maquinaria administrativa y corporativa.

El surgimiento de esta consciencia se ve bloqueado por en buena medida por la producción de comodidades del sistema. Despilfarro más o menos socializado, trabajo embrutecedor, modos de ocio y descanso que prolongan ese embrutecimiento. El sistema convierte lo superfluo en necesidad. "la gente se reconoce en sus mercancías, encuentra su alma en su automóvil". Debe abandonarse la satisfacción represiva, dice Marcuse. El mismo materialismo encubre una represión y falta de libertad en el propio proceso de reificación en el fetichismo de la mercancía, "formas racionalizadas e interiorizadas de la dominación". El control social se ejerce mediante el control libidinal mediante la promoción del hedonismo y la ociosidad mediante consumo y entretenimiento.

El valor de la mayoría de las personas es la satisfacción de consumir, y la única oposición política se establece sobre la base de ese mismo consumo (quien más tiene derecho a consumir, cuanto porcentaje del gasto habría que dedicarle, etc). Todo bien integrado. El progreso técnico, extendido hasta ser todo un sistema de dominación y coordinación, crea formas de vida (Y de poder), que parecen reconciliar las fuerzas que se oponen al sistema y derrotar o refutar toda protesta. La sociedad ya no es antagonista del estado como en el siglo XIX.

Se genera una cultura y una moralidad del ciclo embrutecedor que somete a las personas a vivir bajo el dominio del ciclo de producir y consumir.


LIBERTAD Y FALSA CONSCIENCIA

La maquinaria absorbe la política, la cultura, la conducta diaria, el pensamiento, la moralidad, el instinto... cabe preguntarse como se puede hablar de libertad mientras el sistema "convierte a su propia población en objeto de una administración total". La supuesta libertad política de la sociedad industrial solo se ejerce sobre elementos políticos integrados en el sistema. La integración de opuestos en el sistema queda patente en el hecho de que los programas de los grandes partidos políticos son cada vez más difíciles de distinguir, dice Marcuse. Una verdadera libertad politica requeriría la liberación de los individuos de la maquinaria productiva y burocrática sobre la cual no ejercen ningún control efectivo. Las propias fuerzas operativas en marcha de esta maquinaria impiden su realización.

Dado que la maquinaria productiva implica la unidimensionalización de las personas, la libertad de pensamiento necesitaría en primer lugar la abolición del discurso institucionalizado, es decir, la "opinión pública". La vida privada se ve invadida por la proximidad de la opinión pública, dice Marcuse. La aparente "libertad de pensamiento" de la sociedad industrial es una falsa pluralidad de subproductos integrados en el sistema. Las prescripciones para la humanidad están siendo administradas por una burocracia racionalmente organizada que es sin embargo invisible en su centro vital.

Libertades engañosas, prensa libre que se autocensura, falsas libertades sustentadas por una vida de temor, que forman parte de un poderoso instrumento de dominación. ¿Como pueden los mismos individuos que viven bajo una dominación sofisticada, efectiva y productiva, crear por sí mismos las condiciones de la libertad?.

"Cuanto más racional, productiva, técnica y total deviene la administración represiva de la sociedad, más inimaginables resultan los medios y modos mediante los que los individuos administrados pueden romper su servidumbre y alcanzar su propia liberación".

La democracia ha consolidado un sistema de dominación más firme que el absolutismo, totalizante en su ciclo de alienación operativa y racionalizante, reproduciendo una auto represión instintiva en los individuos en la que el individuo busca reafirmar su propia obediencia. Es precisamente la eficacia del sistema en lo material, tecnológico y racional lo que produce la sumisión al mismo. La mecanización administrativa y productiva de este sistema lo burocratiza, y con ello lo normaliza, racionaliza y moraliza.

"La democracia aparecerá como el sistema más eficaz de dominación". Por su falsa apariencia de pluralidad de instituciones, sus falsas racionalizaciones legales, su falso sistema de contrapoderes, su falsa libertad económica, sus falsas leyes aplicadas con puño de hierro pero solo a quien interesa, su falsa separación de poderes, la falsedad de que la población controle algo de lo que sucede, etc. La falsa pluralidad política convierte crímenes contra la humanidad en una empresa racional. "Los partidos políticos ¿están compitiendo por la pacificación o por una industria del armamento cada vez más fuerte y cara?", nos pregunta Marcuse.

La conciencia feliz de la población es la consecuencia de una falsa consciencia, la creencia de que lo real es lo racional, y la creencia de que es el sistema y no las personas quienes producen los bienes. El aparato productivo es el aparato de la producción de bienes, y por ello es también el aparato de la producción del pensamiento, de la moralidad, etc. La consciencia es así plenamente reificada, positivizada, unidimensionalizada, y se hace refractaria a su oposición y trascendencia. La materialidad y la racionalidad de la operativa generan una desublimación total del pensamiento, de la trascendencia, de los deseos, de los instintos, etc. La mecanización también reduce la libido, la energía de los instintos de la vida. La aceptación espontánea de lo que se ofrece genera un placer sumiso que destruye la energía libidinal, y destruye la necesidad de liberación. La pérdida de libertad se sustituye con mera autogratificación. La consciencia satisfecha elimina la libido inconsciente. Incluso la eudaimonia se sustituye por mero confort. Esta desublimación controlada, racionalmente programada, debilita la rebeldía instintiva contra el principio de realidad. El pensamiento queda reducido al cálculo de consecuencias inmediatas. No hay sentimientos de culpa, no hay negación de la realidad, la persona solo desearía consumir más, y vivir con mayor placidez.


RAZÓN

"La transformación física del mundo implica la transformación mental de sus símbolos imágenes e ideas"

Marcuse considera que el pensamiento es la reproducción de la dinámica estructural de las sociedades, tanto administrativas como corporativas. Sin abstracción, el único pensamiento existente es el cotidiano, que simplemente reproduce la inercia diaria. La filosofía precisamente libera el pensamiento de su esclavización por la dinámica del aparato establecido sobre las personas. Ni la experiencia ni el juicio de las personas son privados, se desarrollan bajo una red conceptual de un sistema que progresa hacia la totalización, en una continuidad histórica de una sociedad específica. La libertad solo puede ser negativa frente a la ideología de los hechos dados.

La filosofía intenta mostrar aquello que la realidad niega, aquello que evita que sea. Si este análisis supralingüístico es rechazado, el lenguaje común se toma como realidad y valor inmediato, produciendo un universo social coagulado de apariencias organizadas inmediatas. El término positivismo ha significado la ratificación del pensamiento cognitivo mediante la experiencia de los hechos, la orientación del pensamiento cognitivo hacia un modelo de ciencia física como modelo de certidumbre y exactitud, Y la fe de que el progreso depende de esta orientación del pensamiento. Ya en Hegel encontramos que la contradicción se convierte en la cualidad distintiva de la razón. Lo otro es simplemente confirmación positiva de la experiencia inmediata.

Este conflicto nace con el propio pensamiento filosófico, en el contraste entre la lógica dialéctica de Platón y la lógica formal del órgano aristotélico. En la filosofía clásica griega, la razón es la facultad cognoscitiva para distinguir lo que es verdadero de lo que es falso. En tanto que la verdad y la falsedad es originalmente una condición del ser de la realidad. El razonamiento la lógica revela y expresa aquello que realmente es separado de aquello que parece ser. La verdad es un valor porque ser es mejor que no ser, una potencialidad que amenaza al ser. La lucha por la verdad es una lucha contra la destrucción en favor de la salvación. La epistemología es en sí misma ética. Refleja la experiencia de un mundo antagónico en sí mismo, afligido por la necesidad y la negatividad, lo aparente y lo real, en un cosmos dirigido por causas finales.

La filosofía eleva la verdad por encima de la realidad histórica sin pretender dominarla. La verdad no es un logro del cielo, ni es un logro de dominio material, es un logro del pensamiento. Contrasta con las formas unidimensionales de pensamiento y conducta que buscan el dominio sobre la naturaleza y la sociedad del proyecto científico-tecnológico. La filosofía se origina en la dialéctica. La intuición de las cualidades esenciales del objeto de pensamiento está en relación antagónica con su situación contingente inmediata. Juzgados a la luz de su esencia, y de su idea, el pensamiento contradice aquello que es dado y opone su verdad a la realidad dada, dado que el razonamiento se mueve entre la experiencia del ser y el no ser, la esencia y el hecho, la generación y la corrupción, la potencialidad y la actualidad etc. Este estilo contradictorio bidimensional del pensamiento es inherente no solo la lógica dialéctica, sino a toda filosofía que intenta aprender la realidad más allá de lo inmediatamente dado. Las proposiciones que definen la realidad afirman como verdadero algo que no es (inmediatamente) cierto, así, contradicen lo que es, y niegan su verdad. El juicio afirmativo unidimensional contiene una negación que desaparece. El pensamiento dialéctico entiende la tensión crítica entre es y debe. Primero como una condición ontológica que pertenece a la estructura del ser mismo. Una verdad que aparece falsificada o negada a los mismos hechos dados que aparecen como falsos o negativos. El pensamiento es llevado por la situación de los objetos a medir su verdad en términos de otra lógica otro universo.

El concepto de virtud, justicia, respeto, conocimiento, etc, se convierten en una labor discursiva que contrasta con la realidad material. Estos conceptos suponen una nueva polis opuesta a la existente. Con ello, el pensamiento tiene un contenido político, respecto al animal social, que debe contradecir las instituciones políticas establecidas. El pensamiento filosófico por tanto tiene una cualidad abstracta ideológica, es necesariamente crítico, trascendente y abstracto. "Nadie piensa realmente si no abstrae de aquello que es dado, si no relaciona los hechos con los factores que los provocan, si no deshace en su mente los hechos. La abstracción es la vida misma del pensamiento el signo de su autenticidad". El filósofo somete la experiencia al juicio crítico, lo que supone a su vez un juicio de valor. Por ejemplo, la afirmación de que una vida inteligente es preferible una vida estúpida contiene un juicio de valor. Sin embargo, los valores del juicio filosófico fueron separados por el pensamiento científico, centrado simplemente en la transformación de la naturaleza. Desde ese momento, la transformación de la naturaleza opera sin ser sometida a la valoración de sus finalidades.

La noción de la supremacía del pensamiento, de la consciencia, implica también la impotencia del pensamiento en un mundo empírico que la filosofía trasciende y corrige en el pensamiento. Esa pureza abstracta es inmune al mundo en el que tiene que vivir. El crítico filosófico se encuentra asimismo anulado por la realidad de la que se separa. Las dos dimensiones del pensamiento la de las verdades esenciales y las verdades aparentes conviven en una relación dialéctica epistemológica y ontológica. El juicio que se hace de la realidad dada es reemplazado por proposiciones que definen las formas generales de pensamiento. En la lógica formal que nace con el Órganon de Aristóteles el pensamiento es indiferente hacia sus objetos, abstrayéndose de su sustancia particular, sometido a reglas generales de organización cálculo y conclusión, como meros símbolos o signos funcionales. Aquí los conceptos se convierten en instrumentos de predicción y control. La lógica formal es así el primer paso en el largo camino hacia el pensamiento científico. Sin embargo ni la escuela idealista, ni la materialista, ni la racionalista, ni la empirista, derivaron finalmente de la lógica formal aristotélica. La lógica dialéctica no puede ser formal dado que está determinada por lo real y lo concreto, dentro de la práctica histórica del hombre en lo intelectual y material. La tensión ontológica entre esencia y apariencia, entre es y debe, llega a ser una tensión histórica, el hombre en su lucha con la naturaleza y la sociedad.

El pensamiento marxista evoluciona desde la visión griega de que la necesidad esclaviza, y que la emancipación significa liberarse de la necesidad. Sin embargo, el hedonismo que proporciona la sociedad industrial esclaviza aún más, y no conduce una liberación de la alienación, ni a un estado de iluminación personal. "Si la verdad presupone liberación de la necesidad, y si esta liberación es en la realidad social la prerrogativa de la minoría, la realidad permite tal verdad solo como una aproximación y para un grupo privilegiado. Este estado de cosas contradice el carácter universal de la verdad".


CULTURA

La cultura constituye otra dimensión de la realidad. Históricamente, la alta cultura estuvo siempre en contradicción con la realidad social, expresando unos ideales que tenían como elemento fundamental el hecho de trascender la vida cotidiana. El arte se opone a la sociedad que lo suprime. Sin embargo, la cultura ha sido unidimensionalizada bajo el rodillo del sistema, siendo integrada en el orden productivo y administrativo. Con ello se obtiene una cultura que reproduce este orden. Los valores del sistema son diseminados mediante su producción y reproducción, sirviendo como instrumento de dominación mediante cohesión social. Por ello, la cultura se convierte en un elemento de reproducción y distribución del sistema en una escala masiva.

La cultura se reduce a su forma de mercancía, lo que supone asimilar lo ideal con la realidad, entrando al circuito de valor de cambio y al circuito de la propaganda política. Lo trascendente se unidimensionaliza, pasando a ser un proceso material del circuito. La trascendencia y el idealismo se reducen hasta el mero valor instrumental del orden dominante, reducido a lógica operativa, interés estratégico e interés material. Así queda invalidada su oposición a la realidad, que es su única verdad, y su fuerza subversiva. La oposición al mundo material, trascender la vida material, es la verdad del arte y la cultura. No existe una democratización de la cultura, sino su destrucción. "El nuevo totalitarismo se manifiesta precisamente en un pluralismo armonizador". Una falsa pluralidad, que no se opone ni trasciende. Perfectamente inofensivo e intrascendente, coexiste pacíficamente en su indiferencia hacia el sistema que lo reproduce.

El arte solo es arte si niega la realidad de la civilización unidimensional impuesta. El arte no puede reproducirse asimismo, pues entonces solo es mercancía y propaganda. Bajo la reproducción de la operativa, el arte deja de mostrar la tensión entre lo actual y lo posible. Deja de mostrar el mundo que no es, la otra realidad que ha sido amputada. Unidimensionalizado, deja de mostrar otra dimensión del hombre. El arte ya no protesta, no muestra las esperanzas no realizadas y las promesas traicionadas. El artista está muy cómodo recibiendo encargos y mecenazgos del propio sistema por sus mercancías y la diseminación cultural del mundo unidimensional. Contrariamente, el arte es la lucha contra su absorción en la multidimensionalidad predominante. El arte solo es arte si niega la realidad, si protesta contra aquello que es. El propio arte ha sido integrado al universo de la dominación, ha sido funcionalizado racionalizando posibilidades. La desublimación forma parte de la conquista unidimensional del sistema de dominio, eliminando toda oposición.


MARXISMO

"Lo que está en juego es la compatibilidad del progreso técnico con las propias instituciones en las que se desarrolló la industrialización".

Todos los sistemas avanzan hacia la transformación en una maquinaria de dominio sobre la sociedad. Ya Marx había firmado que la idea de libertad política era simplemente abstracta si seguían en marcha las estructuras productivas impuestas por la burguesía, y que solo puede existir una verdadera emancipación si se eliminan estas estructuras.

No puede existir un estado secular que permita la libertad de pensamiento o la libertad política, porque la vida está sometida en primer lugar a la operatividad de un sistema que impone conductas, modos de pensar, formas de vivir, y expectativas que funcionan todas traduciendo un orden operativo, y que simplemente reproducen este mismo sistema. Es lo que Marcuse denomina unidimensionalidad. Toda esta maquinaria "secular" anula a las personas.

Ni capitalismo ni proletariado parecen ser ya los agentes de transformación histórica dice Marcuse. Las contradicciones, las fuerzas que se oponían en anteriores etapas del capitalismo, han sido asimiladas en el sistema contemporáneo de la sociedad industrial. Los aspectos negativos del proceso dialéctico se han convertido en simples factores de afirmación y reproducción de estructuras y dinámicas sociales. El sindicato y cualquier otra estructura "en tensión" con el sistema que queramos pensar, no se opone a la estructura dominante, sino que forma parte de ella, ha sido integrada como parte del sistema. No existe negación, no existe contradicción social, sino asimilación, todo ha sido integrado como parte del juego. Encontramos aquí que Marcuse está cerca de Baudrillard.

La maquinaria lo devora todo. El crecimiento productivo afectaría también a una sociedad marxista o socialista, lo cual condenaría a las sociedades comunistas libertarias, dice Marcuse, y en realidad a cualquier proyecto social no competitivo, el cual quedaría irremediablemente sometido a las presiones exteriores. El control directo desde abajo interferiría con el proceso de la producción en masa, para Marcuse la única fuerza real contra el capitalismo.

"Los mismos grandes empresarios están dispuestos a sacrificar las ventajas de la empresa privada y la libre competencia, a las ventajas de los pedidos y los reglamentos del gobierno". Marcuse entendía bien hace 60 años que las empresas no pueden estar a favor del libre mercado, por el sencillo hecho de que acabarían desapareciendo por la competencia. La empresa necesita establecer relaciones de poder con los gobiernos que les privilegien legalmente. Las relaciones de poder y no el mero lucro económico son el motor de la dominación. La integración de las fuerzas sociales anteriormente negativas y trascendentes con el sistema establecido crea una nueva estructura social totalitaria en sus bases internas. "Mientras por otro lado la construcción socialista sigue procediendo mediante la dominación progresiva".

En el grado en que corresponden a la realidad dada, el pensamiento y la conducta expresan una falsa consciencia preservando un falso orden de hechos. Todo es incorporado al aparato técnico dominante que a su vez reproduce un mismo orden material y de consciencia. La sociedad se produce asimismo en un creciente ordenamiento técnico de cosas y relaciones. Son las condiciones históricas más que las epistémicas las que determinan la verdad que experimentamos. La historia es en sí misma la negación de la naturaleza, por tanto lo que existe para Marcuse es un proyecto histórico específico, no una lógica objetiva. Ya no existe la relación dialéctica entre señor y siervo de la que parte el marxismo, sino un círculo vicioso productivo y administrativo que encierra tanto al señor como el esclavo. Ambos están sometidos a una maquinaria que se autoexpande, impulsada por la lógica biopolítica. Conocemos los efectos en nuestras sociedades: inflación perpetua, deuda perpetua, etc. No hay nadie al volante, literalmente. Solo se sigue la inercia administrativa y productiva, cuyo progreso tecnológico conduce hasta el panóptico total, el control totalitario del todo.


COMENTARIOS FINALES

En la unidimensionalidad de la racionalidad tecnológica, prevalece la creencia compartida de que lo real es lo racional y toda negación lo irracional. Con un pensamiento intrascendente, esto es, incapaz de trascender, las personas están satisfechas con su pensamiento de lo cotidiano y su consumo diario de placeres y comodidades. Con ello, el logro principal de la civilización industrial es la dominación mediante la imposición de una realidad unidimensional que se reproduce a sí misma, impidiendo con ello toda oposición o trascendencia. Se nos presenta como la sociedad de la razón, pero esta racionalidad de procesos es irracional en su totalidad y en sus fines. La eficacia y el crecimiento con el que se valoran las sociedades es en si mismo irracional. Irracional es también el hecho de que la gran mayoría de la población acepte su propio sometimiento. La democracia se reduce a los términos de un proceso operativo en la que personas depositan una papeleta movidos por discursos de farsantes profesionales. La presencia de democracia es definida mediante los estrechos términos operativos de una escenificación y un lenguaje ritualizante que se reproduce a sí mismo.

La "nueva izquierda" de postguerra, de la que Marcuse es considerado uno de sus precursores, es a su vez la consecuencia de la dosis de realidad ante el terror de la maquinaria socializada soviética. Casi todos los filósofos marxistas de pronto se volvieron anti marxistas. El propio sistema se ha encargado de eliminar la filosofía del "sistema educativo" y de los medios de masas, en particular a Marcuse y a todos los filósofos críticos, incluídos los de derechas (Hayek escribió una de las mejores obras epistémicas críticas con el cientificismo y el peligro de la industrialización planificada). Irónicamente, la positivización del pensamiento, su conversión en mero instrumento, la reproducción de la operativa del sistema en el pensamiento de los individuos, y la reducción del lenguaje al mínimo funcional para insertarse en la sociedad industrial, es la razón por la que a tantas personas unidimensionalizadas les cuesta entender una lectura de autores "postmodernos".

La "oposición" es más bien integrada en el sistema, como parte fundamental del mismo. El sistema es la oposición, y la oposición es el sistema. El control de la necesidad de trascender de las personas, de su necesidad de oponerse, o de su simple instinto destructivo, se produce mediante la producción de falsos discursos críticos, falsos movimientos sociales, y falsos políticos por parte del sistema, que absorben y canalizan estas oposiciones de forma inofensiva. Se crea así un limitado movimiento que sublima la oposición hacia una homeostasis interna destinada a la autopreservación de la propia maquinaria. El discurso igualitarista es bien visto por Marcuse como un producto creado para la expansión y asimilación del sistema de producción bajo la exigencia de garantizar el consumo. Con ello se consigue el objetivo de blanquear moralmente y totalizar el orden de dominio. Nada más actual.El objetivo es exactamente ese, someter igualitariamente a todo el mundo al mismo rodillo, al que todo el mundo es bienvenido de forma inclusiva, sin duda. La moralidad reducida a su nivel más bajo, a la vulgaridad y la ordinariez absoluta, a su uso más siniestro. Aquí entra esa cosa progre, producida y financiada por el sistema al que sirve, para promover la expansión del sistema, y a su vez impedir una verdadera oposición y dialéctica crítica al sistema. Evidentemente. Esto también lo comprendió perfectamente Baudrillard.

Toda forma de vivir y de pensar fuera del rodillo burocrático debe ser vista como un residuo irracional. Es la misma racionalidad tecnológica de los científicos e ingenieros nazis la que utilizamos en nuestros sistemas de dominación, nos dice Marcuse. El final de la vida es la reducción del ser humano a la operacionalización total. Todo ello en nombre de la democracia, de la igualdad, y en definitiva de las "falsificaciones que, impuestas por los poderes de hecho, sirven para transformar lo falso en verdadero". A pesar de dedicar bastantes páginas al lenguaje, vehículo fundamental de la corrupción de las personas, Marcuse no discute mucho los juegos de lenguaje con los que se unidimensionaliza el planeta entero sometiéndolo a un orden oligárquico de dominación. La colonización geopolítica y corporativa de todo el planeta pasa a ser blanqueado con juegos de palabras como el inclusivo mundo de la multiculturalidad.

Es difícil de negar que el progreso técnico está siendo utilizado como instrumento de sometimiento y dominación de la sociedad. Algoritmos que censuran lo inconveniente, vigilancia total a través de los dispositivos conectados a internet, quizás pronto coches automáticos que no arrancan si uno no tiene al día su carnet de puntos de ciudadano obediente, además de su cartilla con todos los fármacos que se le ordenen. En nombre todo del "bien común", y la "salud pública", por supuesto. Durante el terror rojo y Hitler en persona utilizaron aquello de la salud pública, y hablaron en nombre del bien de la sociedad. Sutiles coincidencias que la mayoría de la población es incapaz de identificar.

Existe un abuso ideológico del alma, dice Marcuse. En el próspero estado de guerra, dominación productiva y administrativa, y plácido consumo, las cualidades humanas que se oponen a la dominación y desobedecen a la tiranía pasan a ser lo antisocial. Contrariamente, la obediencia mansa a la dominación es el paradigma del buen ciudadano. Las personas, atrapadas y sin capacidad de ver más allá de lo inmediato, deben "encontrar su camino desde la falsa hacia la verdadera consciencia, desde su interés inmediato al real". Se equivoca Marcuse, como Marx, en pensar que existe una verdadera consciencia debajo de la falsa. El hombre está sometido al sistema de signos y procedimientos cotidianos que le rodean. Es una realidad neurológica. No hay nada "verdadero", en un sentido esencialista. La mayoría de las personas no pueden salir de la inmediatez perceptiva de su sistema nervioso. Requiere esfuerzo salir de la cárcel de consciencia. A todo lo que podemos aspirar políticamente, como mucho, es a intentar impedir la consolidación de redes de poder, más en un sentido negativo popperiano.

El orden dominante no persigue el lucro, como erróneamente cree tanta gente. Persigue el control social, lo cual necesita estabilizar redes de poder. Precisamente, el "estado de bienestar" muestra que tanto el Estado como las oligarquías corporativas no tienen problema en repartir migajas. Lo que no reparten es el poder. Habla por sí solo. El establecimiento de redes de poder estables que puedan garantizar su supervivencia es el objetivo principal. La ganancia económica es secundaria. Lo que se quiere llamar "capitalismo" es mejor definido por las redes de poder público-privadas que meramente por el incentivo económico privado, idea de una profunda simpleza. Recibir migajas a cambio de la libertad no es la solución, es el problema. El hombre unidimensionalizado vive cómodo para llegar a entenderlo, celebra su dominación a cambio de consumir. La ciencia y la tecnología proveen herramientas para ejercer formas más eficaces de dominio, como bien vió Marcuse. No se desarrollan con un objetivo de noble conocimiento, y tampoco el lucro es su fin principal. Lo que dirige el mundo es una competición por el desarrollo de tecnologías de vigilancia y control social, porque es lo que garantiza el dominio. Occidente no va a frenar, China tampoco, Rusia tampoco. Y así hasta que todo salte por los aires. En nombre "del progreso", "la ciencia", "la igualdad", "la inclusividad", y el "bien común".

"La sociedad avanzada convierte el progreso científico y técnico en un instrumento de dominación". Herbert Marcuse
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