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Henri Lefebvre. El Derecho a la Ciudad.

El Derecho a la Ciudad de Henri Lefebvre (1901- 1991) presenta un análisis que toma la urbanización como punto central de la obra. La concentración de riqueza y el poder se justificaba en las civilizaciones antiguas invirtiendo en la propia ciudad: palacios, monumentos, embellecimientos, fiestas. "Las sociedades muy opresivas fueron muy creadoras y muy ricas en obras". Era el precio a pagar, al menos en cierta medida, para justificar el poder sobre los individuos. Aunque el mercado como lugar de intercambio entre productores y comerciantes existía en la ciudad medieval, el capitalismo hizo móvil el comercio. A medida que penetra el capitalismo, la ciudad y los intercambios dejan de tener valor de uso, y toda la vida es transferida al valor de cambio. La industrialización y el asentamiento de las relaciones de capital se enfrentan a las relaciones de poder previamente existentes en la ciudad, de tipo local y corporativo (gremiales, etc). Esto retrasó el capitalismo en algunos paises, Lefebrve lo relaciona con el surgimiento de movimientos reaccionarios y de los movimientos fascistas.

La industria no necesita la ciudad antigua, por lo que tiende a romper los núcleos, espacios y relaciones de aquella. La belleza aristocrática es sustituida por la fealdad burguesa. El espacio de la ciudad es progresivamente transformado en una herramienta para el establecimiento de la industria, y se produce un desarrollo a partir de barrios obreros alrededor de las fábricas. La industrialización conlleva un proceso de urbanización adaptado, no solo el propio hecho de la fábrica, sino el establecimiento de oficinas, la creación de los conjuntos de vivienda dormitorio, a su vez pensada para la fábrica, etc. Las calles, el transporte, con ello el movimiento de las personas, son igualmente adaptados a la fábrica. La ciudad antigua queda como mero fetichismo turístico, un recordatorio estético y sentimental de lo que una vez fue la ciudad. Cultura, arte, educación, discurso político, burocracia, ley positiva... todo es usado por las nuevas redes de poder para legitimarse recíprocamente.

Que el sistema se consolidara requería no una lucha contra el proletariado como sugería el marxismo clásico, sino, contrariamente, su seducción. La burguesía no tiene interés en enfrentarse al obrero, contrariamente, tiene interés en hacerle partícipe del sistema de producción mediante incentivos para que lo acepte. Con la legitimidad de las relaciones de consumo, la consciencia de las personas deja de preocuparse por la legitimidad de las relaciones de producción. Como entendió Baudrillard, la preocupación de las personas, la consciencia social, su percepción del mundo, su moralidad, y su ideología, son reducidas a exigir su derecho a consumir. Con el consumo, viene el miedo a la pérdida de lo que se posee, que hará que nadie quiera cuestionar las relaciones de consumo. En la ciudad se reclama el mero "derecho al alojamiento", por lo cual el Estado comienza a realizar obras de nuevos conjuntos de viviendas, institucionalizando oficialmente el sistema fábrica-dormitorio. No hay concepción urbanística, simplemente se construye para proporcionar alojamientos. "Los grupos y partidos de izquierda se han limitado a reclamar más alojamientos".

"Una sola ley rige este crecimiento urbano y no urbano a la vez: la especulación del suelo". Se transforma así el habitar por un mero hábitat estructurado por el capitalismo planificado de Estado. "La racionalidad estatal va hasta el extremo". La aglomeración del espacio urbano producía la inflación que garantizaba la privada de los pisos y la especulación pública del suelo, que permitió engordar el Estado. Se creaba una prosperidad ficticia basada en una ingeniería de la especulación planificada y constante. A este esquema Ponzi se unió otro poder: la banca, al asentar su reserva fraccionaria en el proceso inflacionario de valor del inmueble a través de las propias hipotecas que llega hasta nuestros días. El aumento constante de la población permite seguir hinchando el globo. Adicionalmente, se daba el fenómeno de especulación sin industrialización en lugares como África e Hispanoamérica, recogiendo con crudeza este fenómeno que construía una urbanización especulativa corrupta y enferma, paralela a la corrupción especulativa de la moneda en muchos de estos paises.

A su vez nacen las viviendas unifamiliares, refugio contra la brutalidad arquitectónica, siendo pronto en encuestas la aspiración de la mayoría de los urbanitas. Esto muestra la realidad.

La vida moderna

La Comuna de París para Lefebvre puede verse como un ejemplo de política centrada en la ciudad, una "democracia urbana". La construcción napoleónica de amplios bulevares tuvo como finalidad eliminar esa posibilidad, cubriendo París con ametralladoras contra cualquier posible insurrección. La ciudad debía verlo todo. El control de la población es la principal razón del urbanismo planificado napoleónico, que contrastaba con las clásicas calles de la ciudad antigua, sugiere Lefebvre. Eran aquellos mismos años de Bentham.

"Cada vez en mayor grado, el Estado asume bajo su control todo aquello que se encontraba en el nivel específico de la ciudad (gobierno local, gastos e inversiones locales, escuelas y programas escolares, universidades, etc), y que ahora se institucionaliza en el marco global". La ciudad y la diversidad de las mismas tiende a desaparecer, aunque queden edificios y gente viviendo en ellas. "Burguesía progresista", dice Lefebvre. "De ahí surge una increíble maraña de medidas (todas razonables), reglamentos (todos ellos muy elaborados), coacciones (todas argumentadas)". Podríamos añadir ciencia (muy científica). Esta última siendo quizás el mayor mecanismo de legitimación del racionalismo ideológico burocrático-tecnocrático (y la mayor ingenuidad de baba en el ciudadano hoy).

Las relaciones "estructuradas-estructurantes" suplantan las relaciones humanas, todas sometidas al sistema de producción tecnocrática. Las necesidades de las relaciones humanas son suplantadas por necesidades prospectivas que planifican la sociedad racional desde Estado e industria. La planificación productiva implica necesariamente la planificación social disfrazada. El lenguaje alude al "bien común", que en el mejor de los casos no podría ser otra cosa que la simple consecuencia utilitaria del proceso de ingeniería biopolítica. Pero también es un eufemismo por el que una tecnocracia despiadada pasa a ser un precioso colectivismo altruista por la vía del masaje de cerebro con lenguaje.

La monotonía operativa destruye la vida de las personas en la ciudad. "Las relaciones de vecindad se atrofian, el barrio se desmorona...". La ciudad cambia a "tejido urbano", las personas son "la sociedad". Los poderes públicos y privados confluyen en los mismos intereses. "El poder estatal y los grandes intereses económicos difícilmente pueden concebir una estrategia mejor", existiendo una "doble presión del Estado y de la empresa industrial". Ambos tienden a acaparar la vida de las comunidades y sus habitantes. Como advierten en el prólogo, disfrazado de falsas moralidades bajo los nombres "civismo" y "ciudadanía".

El orden lejano dictado por la racionalidad cientificista progresivamente determina un mismo orden común en las ciudades, sometidas al sistema de coacciones e incentivos planificados (industriales, pero también estatales: legales, fiscales, discursivos, etc). Dice Lefebvre "este urbanismo se cree científico (...), cientificismo que acompaña a las formas deliberadas del racionalismo político". Lo procedimental, la repetición de la conducta habituada, se han vuelto tan mostruosamente grandes que ya nadie puede salir de la prisión. Ni siquiera alcanzar a ver algo fuera de ella.

Comentarios finales

El libro es la ciudad envuelta en una filosofía postmarxista, lejana al mayor desarrollo de la relación de las personas con los objetos de Braudillard, o cierta teoría psicoanalítica como pudiera haber desarrollado quizás Fromm.

Falta mucha ciudad en la obra de Lefebvre. Pienso en aspectos ausentes, la psicología del individuo que se hace pequeño a medida que la edificación se hace grande. La psicología del edificio institucional público, aún más grande, diseñado para recordar al individuo quién manda, empequeñeciéndole, alejándole, sometiéndole entre pasillos mediante racionalidad funcionalista, recordándole su papel de eslabón de una maquinaria de procesos. La psicología de la masificación que, paradójicamente, separa a las personas al masificarlas. La creación positivista de "la sociedad", que sustituye a las personas que hacen vida en una comunidad, reificando a las personas como objetos de cuantificación y utilidad productiva dentro de lo biopolítico. La psicología del sistema de incentivos y disciplinas de lo cotidiano, hechas espacio, dirección, y locomoción habituada, procedimentalizadas en la normalidad del día a día. Estructuradas las relaciones operativas de la ciudad (del Estado), la consciencia de la población sigue dócilmente la inercia del cuerpo, ya marcado por el reloj de la fábrica. Y desde luego, la llamativa incapacidad de acabar con núcleos degradados, permanentes aún en las ciudades más prósperas del mundo, recordatorio permanente a biempensantes de lo que sucede al desadaptado, útil para reafirmar la legitimidad de la autoridad, y la bondad del sistema. En definitiva, se echa de menos una filosofía más amplia, que abordara la relación entre la ciudad y la consciencia del individuo, pasando por una mayor arquitectura de la conducta. Le faltó mucho a Lefebvre en esta obra, quizás al no querer sacar el pie de la filosofía marxista, estrangulando irremediablemente con ello su escrito.

Ya nos avisó Nietzsche que el mundo mecánico del cientificismo pierde el sentido al ser reducido a este mismo utilitarismo mecánico. "El hombre nuevo que nace con la producción industrial y la racionalidad planificadora, simplemente, ha resultado decepcionante". Tras la sistemática que se pretende objetivamente dada, hay una racionalidad como ideología, nos dice Lefebvre. Como si el "funcionalismo" y el utilitarismo pudieran ser meramente espontáneos y no dependieran ni estuviera perfectamente planificado y dirigido a un fin calculado. La racionalidad implica una estrategia, por lo cual el racionalismo es utilizado como instrumento ideológico, haciendo de la economía un economicismo, de la razón un racionalismo, de la ciencia un cientificismo, etc, todo ello unido para defender el sistema de la mercancía y una teleología mecanicista. Lefebvre ve más importante esta ideología oculta de la racionalidad, que el mero hecho de que la producción sea dirigida por la producción privada o la planificación pública. La finalidad del proyecto de control social utilitario, mecanicista, cientificista, no cambia en absoluto. Los filósofos de la segunda mitad del S.XX, tras la realidad soviética, por fin lograron comprender que el proceso de poder es más importante que la forma de gobierno. La sociología positivista del S.XIX solo recoge las consecuencias de un sistema ya estructurado. Ninguna biopolítica positiva puede decirnos como vivir la vida, transformada en "la sociedad", objeto ya desde el propio lenguaje. Del mismo modo, las ciencias fragmentarias no se ocupan de la totalidad, y no pueden decirnos como debemos vivir aludiendo a algún dato positivista asumido como objetividad racional. Metas como aumento de salarios o un mejor reparto solo sirven para aumentar la aceptación del sistema.

"Poco importa que reine el terror, que la bomba atomica sea o no lanzada, que el planeta tierra explote o no. ¿A quién le importa? ¿Quién piensa? ¿Quién actúa? ¿Quién habla todavía y para quién?. Si el sentido y la finalidad desaparecen, si ni siquiera podemos ya afirmarlo en una praxis, nada tiene importancia ni interés". Henri Lefebvre.


Citar como: Bordallo. A. Revisión de El Derecho a la Ciudad, Henri Lefebvre. ICNS. Accesible en https://www.icns.es/articulo_el_derecho_a_la_ciudad_henri_lefebvre

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