Nutrición
¿Qué impacto tendría una guerra nuclear sobre los alimentos?
El impacto de una guerra nuclear, incluso a pequeña escala entre las naciones con las armas nucleares de menor potencia, puede desencadenar un fenómeno conocido como invierno nuclear, el cual afectaría globalmente a la mayor parte del planeta. El invierno nuclear supondría la liberación de sustancias radioactivas y grandes cantidades de hollín a la atmósfera. Este proceso bloquearía la radiación solar, provocando un enfriamiento global significativo que afectaría de manera adversa al suelo y los recursos hídricos, produciendo un proceso de desertificación, dificultando el crecimiento de cultivos, y disminuyendo la disponibilidad de agua. Como consecuencia, se vería comprometida la producción agrícola, ganadera y pesquera, lo que expondría a millones de personas al riesgo de hambruna.
Un estudio (Xia et al., 2022) evaluó el impacto de diversos escenarios de guerra nuclear sobre la disponibilidad global de alimentos. Los investigadores llevaron a cabo simulaciones de seis escenarios de guerra nuclear, variando la cantidad de hollín inyectado en la atmósfera entre 5 y 150 teragramos. Utilizaron modelos climáticos avanzados para proyectar los efectos del hollín sobre la temperatura, la radiación solar y las precipitaciones, y aplicaron estos cambios a modelos de cultivos para estimar la productividad de los principales productos alimenticios (maíz, arroz, trigo y soja), así como la biomasa de peces y la productividad marina. Posteriormente, se calcularon las calorías disponibles una vez agotados los alimentos almacenados, considerando tres posibles respuestas sociales: mantener la producción normal de ganado y pesca, redirigir todos los cultivos al consumo humano eliminando la producción ganadera, y un escenario intermedio donde parte de los cultivos se destinaría tanto al consumo humano como a la alimentación del ganado. El análisis incluyó la producción alimentaria, patrones de consumo global y la disminución del comercio internacional. Además, se estimaron las tasas de mortalidad por escasez de alimentos, con simulaciones que se extendieron hasta 15 años después del inicio de un conflicto nuclear.
Los resultados revelaron que incluso en el escenario más leve (5 teragramos de hollín), la producción global de calorías se reduciría en los primeros cinco años. Bajo estas condiciones, la mayoría de los países podría evitar una hambruna masiva, aunque en algunas partes las calorías disponibles serían insuficientes para sostener una actividad física normal, provocando pérdida generalizada de peso y, en los peores casos, hambrunas severas. En el escenario más extremo (150 teragramos), la producción de calorías caería un 90%, lo que resultaría en una hambruna global que podría llevar a la muerte de más de 5 mil millones de personas, con menos del 25% de la población mundial sobreviviendo al segundo año del conflicto. Aunque la producción pesquera también se vería afectada, su impacto sería menor en comparación con la agricultura, pero no lo suficiente para evitar una crisis alimentaria a escala global.
Las medidas de adaptación, como la reducción de desperdicios alimentarios o cambios en la alimentación ganadera, podrían ser efectivas en cierta medida en los escenarios menos severos, pero en los más graves no bastarían para contrarrestar la escasez de calorías. Además, el impacto varíaria entre países: las naciones en latitudes altas serían las más afectadas, mientras que países como Australia podrían mantener una ingesta calórica relativamente más alta gracias a la la respuesta positiva del trigo de primavera bajo condiciones más frías.
En conclusión, este estudio sugiere que incluso una guerra nuclear limitada podría tener consecuencias devastadoras para la producción mundial de alimentos, con una hambruna extendida durante años. La reducción de la luz solar y el enfriamiento global causarían pérdidas masivas en la producción alimentaria, superando cualquier capacidad de adaptación plausible. Además, la disminución de la producción en los países exportadores afectaría gravemente a las naciones dependientes de importaciones. Los autores recomiendan realizar estudios futuros con múltiples modelos, y explorar estrategias de adaptación para mitigar las crisis alimentarias en caso de conflictos nucleares.
Un estudio (Xia et al., 2022) evaluó el impacto de diversos escenarios de guerra nuclear sobre la disponibilidad global de alimentos. Los investigadores llevaron a cabo simulaciones de seis escenarios de guerra nuclear, variando la cantidad de hollín inyectado en la atmósfera entre 5 y 150 teragramos. Utilizaron modelos climáticos avanzados para proyectar los efectos del hollín sobre la temperatura, la radiación solar y las precipitaciones, y aplicaron estos cambios a modelos de cultivos para estimar la productividad de los principales productos alimenticios (maíz, arroz, trigo y soja), así como la biomasa de peces y la productividad marina. Posteriormente, se calcularon las calorías disponibles una vez agotados los alimentos almacenados, considerando tres posibles respuestas sociales: mantener la producción normal de ganado y pesca, redirigir todos los cultivos al consumo humano eliminando la producción ganadera, y un escenario intermedio donde parte de los cultivos se destinaría tanto al consumo humano como a la alimentación del ganado. El análisis incluyó la producción alimentaria, patrones de consumo global y la disminución del comercio internacional. Además, se estimaron las tasas de mortalidad por escasez de alimentos, con simulaciones que se extendieron hasta 15 años después del inicio de un conflicto nuclear.
Los resultados revelaron que incluso en el escenario más leve (5 teragramos de hollín), la producción global de calorías se reduciría en los primeros cinco años. Bajo estas condiciones, la mayoría de los países podría evitar una hambruna masiva, aunque en algunas partes las calorías disponibles serían insuficientes para sostener una actividad física normal, provocando pérdida generalizada de peso y, en los peores casos, hambrunas severas. En el escenario más extremo (150 teragramos), la producción de calorías caería un 90%, lo que resultaría en una hambruna global que podría llevar a la muerte de más de 5 mil millones de personas, con menos del 25% de la población mundial sobreviviendo al segundo año del conflicto. Aunque la producción pesquera también se vería afectada, su impacto sería menor en comparación con la agricultura, pero no lo suficiente para evitar una crisis alimentaria a escala global.
Las medidas de adaptación, como la reducción de desperdicios alimentarios o cambios en la alimentación ganadera, podrían ser efectivas en cierta medida en los escenarios menos severos, pero en los más graves no bastarían para contrarrestar la escasez de calorías. Además, el impacto varíaria entre países: las naciones en latitudes altas serían las más afectadas, mientras que países como Australia podrían mantener una ingesta calórica relativamente más alta gracias a la la respuesta positiva del trigo de primavera bajo condiciones más frías.
En conclusión, este estudio sugiere que incluso una guerra nuclear limitada podría tener consecuencias devastadoras para la producción mundial de alimentos, con una hambruna extendida durante años. La reducción de la luz solar y el enfriamiento global causarían pérdidas masivas en la producción alimentaria, superando cualquier capacidad de adaptación plausible. Además, la disminución de la producción en los países exportadores afectaría gravemente a las naciones dependientes de importaciones. Los autores recomiendan realizar estudios futuros con múltiples modelos, y explorar estrategias de adaptación para mitigar las crisis alimentarias en caso de conflictos nucleares.
Xia, L et al. Global food insecurity and famine from reduced crop, marine fishery and livestock production due to climate disruption from nuclear war soot injection. Nat Food 3, 586–596 (2022). https://doi.org/10.1038/s43016-022-00573-0
* Las noticias publicadas sobre estudios no suponen un posicionamiento oficial de ICNS, ni una recomendación clínica.