Neurociencia y Psicología
El cociente intelectual de los estudiantes universitarios se desploma
Existe la creencia de que los estudiantes universitarios tienen un cociente intelectual superior al promedio de la población general. Un reciente meta-análisis ha abordado esta cuestión (Uttl et al., 2024), analizando las puntuaciones medias de cociente intelectual de 9,902 estudiantes examinados mediante test de Inteligencia (Weschler), en Estados Unidos y Canadá agrupados por décadas desde 1939 hasta la última iniciada en 2019. Los conjuntos de datos revisados muestran una disminución aproximada de 0.2 puntos en el cociente intelectual de los estudiantes universitarios por año, descendiendo hasta un cociente actual de 102, es decir, al nivel de la población general sin estudios universitarios. Es más, al seguir una curva de distribución normal, en realidad un porcentaje muy alto de los estudiantes universitarios se encuentran por debajo del promedio de inteligencia de la población no universitaria. Es decir, los profesores se encuentran con la dificultad de dar clase a un número creciente de alumnos por debajo de la inteligencia media de la población. A pesar de la caída del cociente intelectual, las notas han ido aumentando y ha disminuído el número de notas bajas, y con todo ello "los estudiantes piensan que son muy inteligentes y merecen las más altas calificaciones".
"Nuestros hallazgos validan la opinión de muchos profesores universitarios de que los estudiantes son menos inteligentes, menos preparados y trabajan menos".
La masificación de la universidad implica llenar las aulas de personas con menor competencia intelectual, pero también de personas que no tienen interés en estudiar. Esto ha dificultado el simple hecho de dar clase. Los profesores se ven forzados a reducir la carga lectiva de las asignaturas e inflar las notas, dicen los autores. A su vez, el descenso del nivel educativo disminuye el entrenamiento de la capacidad intelectual, lo que se traduce en el descenso de la habilidad intelectual de los estudiantes. Por ello, la educación universitaria no puede ser superior. El hecho de que pasar 4 años estudiando una formación superior no se traduzca en un mayor desempeño intelectual respecto a no estudiar, muestra una realidad cruda.
El efecto Flynn, particularmente en el siglo XX, refleja el incremento del cociente intelectual entre la población general, debido a un mayor acceso al lenguaje (prensa, etc), una mayor exposición a señales simbólicas en el entorno (instrucciones, operaciones con artilugios mecánicos, pantallas, etc). Es decir, el cociente intelectual y el razonamiento lógico ha ido creciendo más fuera de la universidad que dentro de ella. Intuitivamente este efecto debe ser mayor en el siglo XX que en el siglo XXI. De hecho, se está estudiando la caída de este efecto en nuestros días, es decir, la caída general del cociente intelectual en la población en el siglo XXI. Esto apoyaría nuevamente la visión que tienen muchos profesores de una degradación que se ha acelerado en los últimos años. Los autores no obstante encuentran una alta variabilidad del cociente intelectual, existiendo algunas titulaciones que mantienen un cociente intelectual por encima del promedio de la población. Por otro lado, las notas en las pruebas de acceso correlacionan de manera bastante modesta con el cociente intelectual, aunque en psicología de rasgos es conocido que inteligencia y disciplina son aspectos diferentes.
Los autores citan otras fuentes de evidencia consistentes con el menor nivel de esfuerzo que requiere hoy la universidad, referenciando que los estudiantes dedican menos horas a estudiar que en otras décadas anteriores. La universidad ya no es aquel lugar donde uno debe demostrar cierta competencia para aprobar. Ni las titulaciones ni las notas responden hoy a la realidad académica de un alumno, y no reflejan una persona de alta capacidad o competencia, ni mucho menos reflejan una alta inteligencia. La disminución del cociente intelectual no obstante tiene un recorrido más largo de lo que muchos profesores estiman, aunque quizás en los últimos años se está tocando fondo.
Sobrecualificado y de la generación más preparada de la historia del universo
Que existan millones de personas altamente preparadas, con años de educación superior, notas al más alto nivel, altamente competentes para el trabajo, etc, pero que nadie las quiera contratar de manera estable... es bastante difícil de conciliar.
Existe una correlación entre títulos devaluados, empleos devaluados, y salarios devaluados. Sin embargo, muchas personas parecen no entenderlo. Una titulación es fundamentalmente un documento que aporta información sobre ciertas competencias (comprensión lectora, capacidad de resolver cierto tipo de problemas, cierto conocimiento en un área, etc). Pero la cualificación real es la competencia adquirida por la persona en el proceso formativo y su posterior capacidad de desempeño a nivel laboral, no la cartulina colgada en la pared. Esto es confundir signo y realidad. Una vez que los títulos fallan en respaldar competencias reales, ni siquiera que una persona pueda realizar un escrito a un cliente sin cometer 3 faltas de ortografía en un solo párrafo, la consecuencia irremediable es que el título se devalúa. Pierde el único valor que tiene como papel: dar información sobre la persona. Un título universitario ya no dice mucho sobre el intelecto o la competencia de individuo alguno. Esto es lo que sucede con la moneda, es conocido por los economistas que la emisión de billetes sin respaldo productivo hace que su valor se devalúe hasta ser usado literalmente como papel higiénico en algunos lugares.
El discurso mediático de la "sobrecualificación" de los universitarios tiene la intención de dar una visión engañosa sobre lo que está sucediendo, omitiendo la degradación de la competencia intelectual que el sistema educativo es capaz de proporcionar. En los últimos años muchas empresas están cambiando el rumbo en la contratación hacia trabajadores mayores, incluso de mediana edad, a pesar de que se les da peor el manejo tecnológico y tienen más problemas adaptándose al manejo informático. Esto muestra bastante. Los títulos que uno acumula no son una competencia empírica, ni suponen la "sobrecualificación" que tantas personas se autoadjudican generosamente. También se omite que la realidad del sistema productivo material difiere de la economía del signo en el que las personas quieren participar, aludiendo a la terminología que usó Baudrillard. En otras palabras, lo que es verdaderamente importante para el sistema productivo, no lo determinan ni el creciente número de creativas titulaciones universitarias, ni el deseo de cada individuo, ni lo que se pone de moda.
Todo el mundo ha recibido con los brazos abiertos el festival de titulaciones obtenidas con bajo esfuerzo, además de la emoción que produce recibir notas por las nubes. Estupendo. Pero deben asumirse las consecuencias de la fiesta.
Notas infladas, egos inflados
La nota debe ser un feedback honesto que permita al alumno autocorregirse y mejorar. Y cuando la nota se utiliza con otros fines distintos a proporcionar un feedback honesto a la persona, el resultado es que se elimina el proceso de autocorrección que permite crecer intelectualmente, y se da al alumno una visión engañosa sobre sí mismo, y sobre sus capacidades. Inflar las notas y regalar aprobados ha creado lo opuesto de lo que se intenta vender aludiendo a una supuesta pedagogía barata: una competición de narcisos obsesionados con las notas infladas que reciben, sin capacidad para hacer autocrítica, sin ningún interés en el proceso de aprendizaje, y sin capacidad psicológica para superar tropiezos o afrontar adversidades. La humildad del esfuerzo ha sido suplantada por un sentido inflado de la autoimportancia. La nota del profesor se ha convertido así en algo parecido al "like" de las redes sociales, que se usa para inflarse el ego.
La universidad se ha transformado en un producto de consumo, por muy "pública" que sea, en el que la obtención de la titulación se da por hecha con la misma matrícula. El alumno ya no es un estudiante que debe desarrollar una competencia, sino un usuario al que mantener confortable para evitar sus quejas. La forma de mantener al alumno callado es, por supuesto, hundir el nivel para que apruebe cómodamente hasta el último de ellos. Una vez que todo esto se convierte en lo normal, el profesor es quien pasa a ser lo anómalo. Particularmente el profesor competente. Hasta el punto de no poder pedir hoy la realización de un simple trabajo a adultos universitarios sin recibir masivamente trabajos copiados de internet, como se quejaba recientemente un profesor en un escrito que se recogió en la prensa. Esta es la realidad ante la que todo el mundo prefiere guardar silencio. De los "trabajos de fin de grado" mejor no hablo.
Les digo hasta donde llega esto: tengo alumnos que creen que suspender es ilegal. Alucinan en colores cuando ven un suspenso. Llevan tantos años viviendo tal delirio, que acuden a un abogado porque no les han aprobado su trabajo copiado de internet. Esto no es una broma. Es el resultado de que las acciones de tantas personas no tengan consecuencias. Creen que el mundo funciona así. Que conste que hablo de gente con 25 y 30 tacos en postgrado, no de adolescentes de 15 de un instituto. El estudiante espera su título como quien encarga un paquete de Amazon. Si el profesor se interpone, sistemáticamente recibe coacciones, amenazas, difamaciones, etc. Ninguna casualidad, se ha legislado activamente para que así sea. Lo de las sucesivas "reformas educativas" no necesita mayor comentario.
Desplome académico, y psicológico, y ético
Muchos de los que nos dedicamos a esto, no solo vemos un desplome intelectual, sino también psicológico (gente de 35 años llorando en plena rabieta como un niño de 8), y ético (la sustitución de una ética basada en el comportamiento, por una ética basada en lenguaje emocionalmente intenso). Muchos profesores sienten que de un tiempo a esta parte están dando clase a personas que tienen una edad mental que no se corresponde con la de un adulto, personas muy distintas a lo que veían hace quizás 10 o 15 años. En el aula vemos un proceso de infantilización psicológica en los más jóvenes, pero también en personas de 30 y hasta 40 años, por lo que no es un problema simplemente de una generación u otra.
Quizás el desplome educativo y ético es algo que ha interesado a alguien. Se inflan las expectativas de lo que la mayoría de las personas van a conseguir en sus vidas, se ha distorsionado la utilidad del trabajo, y se ha distorsionado lo que es el sistema productivo. Aportar algo tangible a la comunidad mediante el trabajo ha pasado a ser una competición de egos. El patrocinio y exhibición constante de jóvenes vulgares y chabacanos en medios de comunicación tiene esta intención: recordar que lo importante es presumir de éxito, sin intelecto, ética, ni aportar nada productivo a los demás. Sumemos un consumo masivo de tecnología y tiempo ocioso, etc. Todo ello ha producido niveles epidémicos de narcisismo, con una pérdida masiva de todo sentido ético, salvo un oportunismo utilitarista y señalización de deseabilidad moral mediante exhibiciones audiovisuales en redes sociales.
La pérdida de humildad es muy visible, y muchos alumnos por el hecho de tener una cartulina creen ser cosas que no son. El problema del autoengaño a nivel de individuo es que es incompatible con la realidad de forma dosis-dependiente. Nadie se atreve a contarle la realidad a personas que llevan toda su vida en una burbuja. Yo te lo diré: te engañan tus profesores, te engañan tus padres, te engaña el sistema educativo, te engaña la prensa, te engañan los políticos, y te engañas tu solo. La percepción inflada de la persona se encuentra de frente con un logro a menudo pobre en la vida real, y este conflicto psicológico que experimenta la persona aumenta la necesidad de defender el ego produciendo una espiral de retroalimentación. Toda esta espiral conduce no solo a fracasos laborales, los problemas psicológicos que tienen millones de jóvenes nacen de esta pedagogía dirigida al confort emocional con el que se intenta tapar desde la infancia el descalabro académico, psicológico, ético y vital. El psicólogo Jonathan Haidt es un autor serio con diversas investigaciones publicadas y varios libros sobre la idea equivocada del confort emocional y una pedagogía barata, frívola, vulgar, y errónea, como sustituto de una psique equilibrada. No me extenderé aquí.
Finalizo con un comentario que tengo clarísimo tras haber dado clase a miles de alumnos, y haber corregido y tutorizado miles de trabajos. El sistema educativo no educa a nadie. Se educa la persona que quiere hacerlo. Pocas palabras han sido manoseadas con tanta ordinariez como la palabra educación. No es un problema de clases, sino de clases de personas, decía acertadamente Ortega. Para la mayoría, "educación" solo es un proceso de institucionalización, simple mecánica Foucaltiana mediante la inercia de los cuerpos de personas cuya consciencia ha sido anulada. El alumno ha pasado a ser un mero usuario al que interesa mantener institucionalizado, y ese es el único interés, el resto es un discurso que sirve como racionalización para justificar la ficción con la que se encubre la expansión del aparato mecanizado. Lo que se protege con ello es el interés real detrás de todo: la maquinaria de institucionalización. Las personas que se dedican a negar lo que sucede con comentarios del estilo "tu también has sido joven lo que pasa es que no te acuerdas", "eso siempre se ha dicho de los jóvenes", etc. Tenéis mucho trabajo por delante para intentar tapar lo que sucede.
"...del profesor que insiste en el trabajo se dice que es autoritario". Erich Fromm.
"Nuestros hallazgos validan la opinión de muchos profesores universitarios de que los estudiantes son menos inteligentes, menos preparados y trabajan menos".
La masificación de la universidad implica llenar las aulas de personas con menor competencia intelectual, pero también de personas que no tienen interés en estudiar. Esto ha dificultado el simple hecho de dar clase. Los profesores se ven forzados a reducir la carga lectiva de las asignaturas e inflar las notas, dicen los autores. A su vez, el descenso del nivel educativo disminuye el entrenamiento de la capacidad intelectual, lo que se traduce en el descenso de la habilidad intelectual de los estudiantes. Por ello, la educación universitaria no puede ser superior. El hecho de que pasar 4 años estudiando una formación superior no se traduzca en un mayor desempeño intelectual respecto a no estudiar, muestra una realidad cruda.
El efecto Flynn, particularmente en el siglo XX, refleja el incremento del cociente intelectual entre la población general, debido a un mayor acceso al lenguaje (prensa, etc), una mayor exposición a señales simbólicas en el entorno (instrucciones, operaciones con artilugios mecánicos, pantallas, etc). Es decir, el cociente intelectual y el razonamiento lógico ha ido creciendo más fuera de la universidad que dentro de ella. Intuitivamente este efecto debe ser mayor en el siglo XX que en el siglo XXI. De hecho, se está estudiando la caída de este efecto en nuestros días, es decir, la caída general del cociente intelectual en la población en el siglo XXI. Esto apoyaría nuevamente la visión que tienen muchos profesores de una degradación que se ha acelerado en los últimos años. Los autores no obstante encuentran una alta variabilidad del cociente intelectual, existiendo algunas titulaciones que mantienen un cociente intelectual por encima del promedio de la población. Por otro lado, las notas en las pruebas de acceso correlacionan de manera bastante modesta con el cociente intelectual, aunque en psicología de rasgos es conocido que inteligencia y disciplina son aspectos diferentes.
Los autores citan otras fuentes de evidencia consistentes con el menor nivel de esfuerzo que requiere hoy la universidad, referenciando que los estudiantes dedican menos horas a estudiar que en otras décadas anteriores. La universidad ya no es aquel lugar donde uno debe demostrar cierta competencia para aprobar. Ni las titulaciones ni las notas responden hoy a la realidad académica de un alumno, y no reflejan una persona de alta capacidad o competencia, ni mucho menos reflejan una alta inteligencia. La disminución del cociente intelectual no obstante tiene un recorrido más largo de lo que muchos profesores estiman, aunque quizás en los últimos años se está tocando fondo.
Sobrecualificado y de la generación más preparada de la historia del universo
Que existan millones de personas altamente preparadas, con años de educación superior, notas al más alto nivel, altamente competentes para el trabajo, etc, pero que nadie las quiera contratar de manera estable... es bastante difícil de conciliar.
Existe una correlación entre títulos devaluados, empleos devaluados, y salarios devaluados. Sin embargo, muchas personas parecen no entenderlo. Una titulación es fundamentalmente un documento que aporta información sobre ciertas competencias (comprensión lectora, capacidad de resolver cierto tipo de problemas, cierto conocimiento en un área, etc). Pero la cualificación real es la competencia adquirida por la persona en el proceso formativo y su posterior capacidad de desempeño a nivel laboral, no la cartulina colgada en la pared. Esto es confundir signo y realidad. Una vez que los títulos fallan en respaldar competencias reales, ni siquiera que una persona pueda realizar un escrito a un cliente sin cometer 3 faltas de ortografía en un solo párrafo, la consecuencia irremediable es que el título se devalúa. Pierde el único valor que tiene como papel: dar información sobre la persona. Un título universitario ya no dice mucho sobre el intelecto o la competencia de individuo alguno. Esto es lo que sucede con la moneda, es conocido por los economistas que la emisión de billetes sin respaldo productivo hace que su valor se devalúe hasta ser usado literalmente como papel higiénico en algunos lugares.
El discurso mediático de la "sobrecualificación" de los universitarios tiene la intención de dar una visión engañosa sobre lo que está sucediendo, omitiendo la degradación de la competencia intelectual que el sistema educativo es capaz de proporcionar. En los últimos años muchas empresas están cambiando el rumbo en la contratación hacia trabajadores mayores, incluso de mediana edad, a pesar de que se les da peor el manejo tecnológico y tienen más problemas adaptándose al manejo informático. Esto muestra bastante. Los títulos que uno acumula no son una competencia empírica, ni suponen la "sobrecualificación" que tantas personas se autoadjudican generosamente. También se omite que la realidad del sistema productivo material difiere de la economía del signo en el que las personas quieren participar, aludiendo a la terminología que usó Baudrillard. En otras palabras, lo que es verdaderamente importante para el sistema productivo, no lo determinan ni el creciente número de creativas titulaciones universitarias, ni el deseo de cada individuo, ni lo que se pone de moda.
Todo el mundo ha recibido con los brazos abiertos el festival de titulaciones obtenidas con bajo esfuerzo, además de la emoción que produce recibir notas por las nubes. Estupendo. Pero deben asumirse las consecuencias de la fiesta.
Notas infladas, egos inflados
La nota debe ser un feedback honesto que permita al alumno autocorregirse y mejorar. Y cuando la nota se utiliza con otros fines distintos a proporcionar un feedback honesto a la persona, el resultado es que se elimina el proceso de autocorrección que permite crecer intelectualmente, y se da al alumno una visión engañosa sobre sí mismo, y sobre sus capacidades. Inflar las notas y regalar aprobados ha creado lo opuesto de lo que se intenta vender aludiendo a una supuesta pedagogía barata: una competición de narcisos obsesionados con las notas infladas que reciben, sin capacidad para hacer autocrítica, sin ningún interés en el proceso de aprendizaje, y sin capacidad psicológica para superar tropiezos o afrontar adversidades. La humildad del esfuerzo ha sido suplantada por un sentido inflado de la autoimportancia. La nota del profesor se ha convertido así en algo parecido al "like" de las redes sociales, que se usa para inflarse el ego.
La universidad se ha transformado en un producto de consumo, por muy "pública" que sea, en el que la obtención de la titulación se da por hecha con la misma matrícula. El alumno ya no es un estudiante que debe desarrollar una competencia, sino un usuario al que mantener confortable para evitar sus quejas. La forma de mantener al alumno callado es, por supuesto, hundir el nivel para que apruebe cómodamente hasta el último de ellos. Una vez que todo esto se convierte en lo normal, el profesor es quien pasa a ser lo anómalo. Particularmente el profesor competente. Hasta el punto de no poder pedir hoy la realización de un simple trabajo a adultos universitarios sin recibir masivamente trabajos copiados de internet, como se quejaba recientemente un profesor en un escrito que se recogió en la prensa. Esta es la realidad ante la que todo el mundo prefiere guardar silencio. De los "trabajos de fin de grado" mejor no hablo.
Les digo hasta donde llega esto: tengo alumnos que creen que suspender es ilegal. Alucinan en colores cuando ven un suspenso. Llevan tantos años viviendo tal delirio, que acuden a un abogado porque no les han aprobado su trabajo copiado de internet. Esto no es una broma. Es el resultado de que las acciones de tantas personas no tengan consecuencias. Creen que el mundo funciona así. Que conste que hablo de gente con 25 y 30 tacos en postgrado, no de adolescentes de 15 de un instituto. El estudiante espera su título como quien encarga un paquete de Amazon. Si el profesor se interpone, sistemáticamente recibe coacciones, amenazas, difamaciones, etc. Ninguna casualidad, se ha legislado activamente para que así sea. Lo de las sucesivas "reformas educativas" no necesita mayor comentario.
Desplome académico, y psicológico, y ético
Muchos de los que nos dedicamos a esto, no solo vemos un desplome intelectual, sino también psicológico (gente de 35 años llorando en plena rabieta como un niño de 8), y ético (la sustitución de una ética basada en el comportamiento, por una ética basada en lenguaje emocionalmente intenso). Muchos profesores sienten que de un tiempo a esta parte están dando clase a personas que tienen una edad mental que no se corresponde con la de un adulto, personas muy distintas a lo que veían hace quizás 10 o 15 años. En el aula vemos un proceso de infantilización psicológica en los más jóvenes, pero también en personas de 30 y hasta 40 años, por lo que no es un problema simplemente de una generación u otra.
Quizás el desplome educativo y ético es algo que ha interesado a alguien. Se inflan las expectativas de lo que la mayoría de las personas van a conseguir en sus vidas, se ha distorsionado la utilidad del trabajo, y se ha distorsionado lo que es el sistema productivo. Aportar algo tangible a la comunidad mediante el trabajo ha pasado a ser una competición de egos. El patrocinio y exhibición constante de jóvenes vulgares y chabacanos en medios de comunicación tiene esta intención: recordar que lo importante es presumir de éxito, sin intelecto, ética, ni aportar nada productivo a los demás. Sumemos un consumo masivo de tecnología y tiempo ocioso, etc. Todo ello ha producido niveles epidémicos de narcisismo, con una pérdida masiva de todo sentido ético, salvo un oportunismo utilitarista y señalización de deseabilidad moral mediante exhibiciones audiovisuales en redes sociales.
La pérdida de humildad es muy visible, y muchos alumnos por el hecho de tener una cartulina creen ser cosas que no son. El problema del autoengaño a nivel de individuo es que es incompatible con la realidad de forma dosis-dependiente. Nadie se atreve a contarle la realidad a personas que llevan toda su vida en una burbuja. Yo te lo diré: te engañan tus profesores, te engañan tus padres, te engaña el sistema educativo, te engaña la prensa, te engañan los políticos, y te engañas tu solo. La percepción inflada de la persona se encuentra de frente con un logro a menudo pobre en la vida real, y este conflicto psicológico que experimenta la persona aumenta la necesidad de defender el ego produciendo una espiral de retroalimentación. Toda esta espiral conduce no solo a fracasos laborales, los problemas psicológicos que tienen millones de jóvenes nacen de esta pedagogía dirigida al confort emocional con el que se intenta tapar desde la infancia el descalabro académico, psicológico, ético y vital. El psicólogo Jonathan Haidt es un autor serio con diversas investigaciones publicadas y varios libros sobre la idea equivocada del confort emocional y una pedagogía barata, frívola, vulgar, y errónea, como sustituto de una psique equilibrada. No me extenderé aquí.
Finalizo con un comentario que tengo clarísimo tras haber dado clase a miles de alumnos, y haber corregido y tutorizado miles de trabajos. El sistema educativo no educa a nadie. Se educa la persona que quiere hacerlo. Pocas palabras han sido manoseadas con tanta ordinariez como la palabra educación. No es un problema de clases, sino de clases de personas, decía acertadamente Ortega. Para la mayoría, "educación" solo es un proceso de institucionalización, simple mecánica Foucaltiana mediante la inercia de los cuerpos de personas cuya consciencia ha sido anulada. El alumno ha pasado a ser un mero usuario al que interesa mantener institucionalizado, y ese es el único interés, el resto es un discurso que sirve como racionalización para justificar la ficción con la que se encubre la expansión del aparato mecanizado. Lo que se protege con ello es el interés real detrás de todo: la maquinaria de institucionalización. Las personas que se dedican a negar lo que sucede con comentarios del estilo "tu también has sido joven lo que pasa es que no te acuerdas", "eso siempre se ha dicho de los jóvenes", etc. Tenéis mucho trabajo por delante para intentar tapar lo que sucede.
"...del profesor que insiste en el trabajo se dice que es autoritario". Erich Fromm.
Bob Uttl, Victoria Violo and Lacey Gibson. Meta-analysis: On average, undergraduate students' intelligence is merely average. ScienceOpen Preprints. 2024. DOI: 10.14293/PR2199.000694.v1