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Michel Foucault, Vigilar y Castigar

Vigilar y castigar es probablemente la obra más conocida de Michel Foucault (1926-1984). En ella, Foucault explora las coacciones disciplinarias cotidianas que la tecnología de vigilancia y control ejerce como poder sobre los individuos en sus acciones cotidianas.

El suplicio

Los suplicios eran castigos corporales, siendo el objeto de lo punitivo el propio cuerpo, sometido a castigo (látigo), trabajo forzado (galeras), obligado a exhibir marcas, exhibir signos de castigo (paseos públicos), etc. Foucault comienza la obra describiendo el destino de un condenado que en 1757 recibió un castigo hasta su descuartizamiento final. El cuerpo era el objeto del castigo-espectáculo, cuya culminación en Francia fue la guillotina durante el ritual revolucionario. No obstante, gran parte de las penas en los siglos XVII y XVIII no implicaban suplicios, siendo una de las más frecuentes el destierro.

El castigo no podía repararse materialmente como un daño privado, dado que la ofensa era también contra el soberano. El daño no es el hecho en sí, sino el descontrol potencial que pudiera reproducir. Por tanto el suplicio es una reparación jurídico-política, y un espectáculo que tiene como objeto reafirmar el poder soberano sobre las personas. El objetivo es ser ejemplificante, y hacerse sensible a todos. Desfiles, altos en las calles, recitación en la puerta de la Iglesia, lectura pública de la sentencia, etc. Es incluso un espectáculo popular, una ocasión especial, en el cual el pueblo no solo es espectador, sino en cierta medida participante del ritual de castigo.

La reforma

Foucault encuentra que la protesta contra los suplicios "se encuentra por doquier en la segunda mitad del siglo XVIII". Surge una moralidad y un discurso humanitario en los reformadores (Beccaria, Dupaty, etc). Durante la revolución industrial además disminuyen los crímenes de sangre y aumentan los crímenes contra la propiedad. A ello se suma el propio interés burgués de la protección de la propiedad, construyendo el derecho hacia sus intereses en buena medida. Del ilegalismo de los derechos (de los campesinos, de los artesanos, de los gremios, de los nobles...), se pasa por tanto al ilegalismo de los bienes.

El giro hacia el pequeño crimen hace necesario un mayor aparato de vigilancia y control, creando una espiral de crimen a vigilar y castigar. El aumento demográfico, la producción industrial, la economía de mercado, la propiedad, y otros factores confluyen hacia la centralización de la penalidad, y la vigilancia de todo el cuerpo social. La reforma es ante todo una reconfiguración del poder de vigilar y castigar, no mero humanitarismo de filósofos "amigos de la humanidad" como los denomina Foucault. De hecho no se pretende castigar menos, sino castigar más, multiplicar los circuitos de castigo, con un aparato del estado infiltrado en cada rincón de lo cotidiano. Es más, el ilegalismo recae sobre lo popular con mayor fuerza, sobre meras costumbres o meros actos socialmente aceptados, que comenzarían a ser castigados. La vigilancia y el control dejan de ser algo marginal, se multiplican las instituciones dedicadas a tal fin. Lo que era circunstancial, pasa a ser la fórmula general de la disciplina y la penalidad. El objeto de la policía pasa a ser todo suceso a cada instante. No es el hombre el centro del nuevo penalismo, sino la confluencia de intereses hacia el estado técnico-burocrático naciente.

En la Edad Media el procedimiento para obtener la verdad de un delito se basaba en "conocimiento de la infracción, conocimiento del responsable, conocimiento de la ley". Eran necesarias pruebas, la confesión no producía por sí misma la condena, pero formaba parte del proceso bajo juramento ante el hombre y ante Dios. Si el acusado resiste y no confiesa, puede que el magistrado se viera obligado a abandonar los cargos. Un principio descrito por el propio Beccaria es la necesidad de que terminen las costumbres y tradiciones orales, y las leyes se publiquen y todos las conozcan, dentro de un pacto social. Sin embargo, la ciudad punitiva entra en conflicto con el principio de individualización, bajo la cual, deja de juzgarse el hecho, se destierra la idea de que la gravedad de la transgresión dicte la gravedad de la condena de forma positiva, realizándose una apreciación cuyo objeto es la persona y la inmoralidad de la acción (intención, su circunstancia, su voluntad, su pasado, etc). Es decir, la penalidad se dirige a juicios, diagnósticos y pronósticos de lo normativo.

"La coyuntura que vio nacer la reforma no es, por lo tanto, la de una nueva sensibilidad, es la de otra política respecto a los ilegalismos". Política de contabilidad, productiva, instrumental, utilitaria. El propio proceso de individualización disfraza la arbitrariedad que puede realizarse sobre una condena, lo que lo aleja no solo del supuesto neopositivismo, sino del propio principio de proporcionalidad, por no decir que encubre el viejo derecho de gracia, siempre presente.

Pese a lo que pueda creerse, la pena de prisión era rara antes de la reforma, siendo la celda más bien una medida puntual de detención. La pena de prisión es una de muchas ideas aún en los textos reformistas, siendo de hecho más bien criticada por muchos reformadores, vista como mero despotismo. La prisión es oscuridad, inútil a la sociedad, costosa, y una escuela del crimen, algo que estaba claro hace más de dos siglos. Además suponía quitar a muchas familias su único sustento. No responde al principio de individuación, cubre desde delitos leves hasta los más graves sin diferencia ninguna salvo quizás temporal. "Me parece estar viendo a un médico que para todos los males tiene un mismo remedio", decía Chabroud en el mismo parlamento francés. Es contraria a todo el barniz retórico de humanismo con el que se ha querido vender la necesidad penitenciaria. No estamos ante una mera reforma penal, sino ante una reconfiguración del poder de castigar, y ante un nuevo reparto de poder en el que coinciden distintos intereses.

Tecnopolítica de la penalidad

La acumulación de documentos supone la base de saber. De la sociedad contable, técnica, surge una disciplina enmarcada en la micropenalidad diseminada por todo el cuerpo social. La descripción es el primer método de dominación y control del individuo. Se crea así la contabilidad que permite clasificar, formalizar, y operar en los individuos según la finalidad instrumental. La observación permanente genera el hombre cuantificable y calculable. El concepto de biopolítica que desarrollará Foucault en otros lugares. El expediente es aquello que permite el nacimiento de "las ciencias del hombre", dando lugar a la operativa de técnicas de control y la producción montada sobre el individuo. Con el saber del cuerpo, se genera una utilización del mismo mediante tecnología política, en una microfísica de poder distribuida por toda la sociedad. "Esta tecnología es difusa, rara vez formulada en discursos".

El objetivo no es la reparación ni la recuperación reformista, sino que comienza a ser el tiempo, los horarios, las reglas, las actividades regulares, las órdenes de la autoridad que vigila y disciplina. Se pasa del sujeto de derecho al sujeto obediente del estado, de la ciudad punitiva al aparato disciplinario del nuevo soberano: el aparato administrativo. La técnica precaria de vigilancia y control medieval exigía brutalidad y espectáculo. A medida que se progresa en los mecanismos de vigilancia y control, el espectáculo y la brutalidad pierden valor, se vuelven incluso contraproducentes para su aceptación y normalización. La coacción se vuelve más sofisticada, más sutil, diseminada en todo el sistema.

Se necesita una administración de la penalidad que genere una nueva economía de castigos. La penalidad ya no es un acto del juez, sino que se llena de elementos y de personajes extrajudiciales: médicos, técnicos, psicólogos, etc. El castigo se transforma así en un discurso científico que evita que la penalidad sea vista simplemente como un castigo, disuelve la responsabilidad, disculpa a los ejecutores, y racionaliza el castigo. La tecnificación de la disciplina despersonaliza el castigo, lo automatiza en un mecanismo burocrático y de especialización técnica, y marca una nueva consciencia de la relación de poder entre sistema e individuo.

El funcionamiento jurídico surge paralelo a la sociedad industrial y al estado napoleónico. La disciplina toma a los individuos como objetos e instrumentos dentro de un aparato calculado y permanente de coacciones y fines. La persona pasa a ser una pieza que ocupa un lugar que se inserta en un conjunto, un nuevo Newton social de los cuerpos terrenales "la disciplina fabrica así cuerpos sometidos y ejercitados, cuerpos dóciles". El proceso mecánico abarca no solo lo penal, sino también las escuelas, fábricas, cuarteles, talleres, hospitales, etc. Existe toda una sistemática disciplinaria que ordena y dirige las acciones de las personas. Por alguna razón, nadie ha tenido mucho interés en estudiar el funcionamiento de esta ciencia disciplinaria del individuo.

La lucha por los rangos permite las desviaciones necesarias para individualizar las piezas del engranaje general legitimando el sistema disciplinario mediante programas de refuerzos. La dirección de la conducta no es meramente negativa (castigar, impedir), sino que es positiva, dirigida y aplicada desde la escuela infantil, en la filantropía, en la administración, etc. Nada queda sin dirección disciplinaria.

El panóptico

La antigua soberanía es ahora la fuerza bruta del estado. El castigo a la luz de toda la sociedad que planteaban los reformadores pasa a ser algo oscuro, a la vista de nadie. Se crea una arquitectura específica para ello. Toda la reforma ha quedado reducida a un aparato de detención. La exhibición de los suplicios se transforma en la sombra de edificios donde todo es oscurecido, quedando el proceso disciplinario de muros para adentro, integrado en el cuerpo del aparato estatal. La moralidad exterior es igualmente transformada, y la consciencia social solo espera la acción represiva del estado y sus mecanismos que suceden de muros para adentro. ¿Cómo es posible que la prisión se haya convertido en la pena única, aún hasta nuestros días, contra el espíritu de la reforma?

El campamento militar es el modelo de visibilidad general. Se trasladará al urbanismo, a las ciudades obreras, a las prisiones, hospitales, etc. La visibilidad es una pieza interna del aparato de producción, que permite el control y la eficiencia de los engranajes. El panóptico de Bentham es el centro arquitectónico de esta necesidad de vigilancia y control. El mayor efecto sobre el individuo es generado por la propia estructura, el hecho de saberse observado permanentemente, lo cual garantiza el funcionamiento automático del poder. La relación de poder se transforma. Desde la propia arquitectura, la relación de poder se ejerce en la asimetría de la relación visual. Quien ve, y quien es visto. Con la vigilancia del panóptico, el poder se ejerce de manera menos corporal. El poder se despersonifica, no importa quien ejerce la vigilancia y el control, simplemente se ejerce mediante el mecanismo. Lo que es una solución técnica arquitectónica utilitaria ideada por Bentham, pasa a ser el modelo de toda la sociedad hasta nuestros días. El poder no se ejerce tanto sobre el cuerpo de a quienes se castiga, sino sobre el alma de a quienes se vigila, educa y corrige. El alma es la prisión del cuerpo para Foucault.

Comentarios finales

El castigo no es meramente una sanción, tiene una función social compleja, en particular como táctica política. De ninguna manera se ha sustituido el alma cristiana por un hombre de reflexión filosófica y de saber, como quiere hacer ver la idea ilustrada y científica del mundo. El alma para Foucault se construye sobre la disciplina diaria de aquellos "a quienes se sujeta a un aparato de producción y se controla a lo largo de toda su existencia". El castigo pasa así de lo negativo (reprimir, impedir, excluir, etc), a lo positivo: utilidad, docilidad, productividad, dirección "correcta" de conducta, etc. Es decir, la administración de refuerzos distribuidos en todo el espacio social en todo momento y durante toda la vida para lograr el ciudadano obediente. La ciudad apestada es el ejemplo de control social total para Foucault. Bajo la amenaza de epidemias, surge la disciplina perfecta, la violencia legitimada. Nada más actual.

El derecho penal está insertado en el proceso histórico, económico, técnico, etc. Es decir, dentro de las estructuras materiales y técnicas de una amplia red que tejen las relaciones de poder. El poder no es una mera conservación de dominio de una clase dominante, sino que es la acción de un conjunto de posiciones estratégicas que lo ejercen (podemos ver aquí por que muchos marxistas no perdonan a Foucault).

Sobre las prisiones, las reivindicaciones sociales han sido casi siempre materiales, lo que paradójicamente solo las hace más decorosas, más tolerables, legitimando con ello la aceptación de este sistema de poder. Desde una teoría del contrato social, podríamos decir que el criminal ataca a toda la sociedad y recibe la fuerza de toda la sociedad, pero la realidad es que se defienden los intereses de los circuitos de poder y se recibe la fuerza del estado sin relación con beneficio social alguno.

La tecnopolítica del castigo progresa a partir del sometimiento a la racionalidad económica y técnica del castigo. El dispositivo mecánico de coacciones opera a la sombra de lo jurídico, y hace cada vez más residual e inoperante el sujeto de derecho sobre el sujeto disciplinado. La propia justicia es sometida al propio operativo panóptico de coacciones sistemáticas diseminadas por todo el espacio social, el cual garantiza la integridad de los intereses del sistema.

El objeto de la sociedad no es ya la comunidad, la vida pública, las relaciones sociales. Solo queda el individuo y su relación con el estado. La transformación de la vida en una operativa mecanizada conduce finalmente a que las personas pierdan el control de la sociedad. La tecnocracia cientificista es el equivalente la sociedad militar. No se basa en procurar derechos y libertades, ni se basa en la voluntad, sino que impone un modelo de formación y docilidad, en el que las personas son engranajes subordinados mediante coerciones permanentes, de forma visiblemente autoritaria con la excusa de la "salud pública" cuando es necesario. No es la maquinaria al servicio del hombre, es el hombre al servicio de la maquinaria. Es la disciplina la que produce la realidad social que vivimos, no el discurso jurídico de los contratos. Esto conduce a un progresivo sujeto positivo montado sobre un aparato productivo y de control social. Podemos añadir a Foucault: el estado se modifica por su propia supervivencia, no por moralidad.

"¿Puede extrañar que la prisión se asemeje a las fábricas, a las escuelas, a los cuarteles, a los hospitales, los cuales, a su vez, se asemejan a las prisiones?". Michel Foucault.


Citar como: Bordallo. A. Revisión de Michel Foucault, Vigilar y Castigar. ICNS. Accesible en https://www.icns.es/noticia_michel-foucault-vigilar-y-castigar

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