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Culpabilidad y preocupación patológica

La preocupación y la culpa son frecuentes en muchos trastornos psicológicos, y adicionalmente dificultan el bienestar mental de millones de personas. En mi visión, la problemática no es la culpabilidad o la preocupación en sí, sino la ansiedad o angustia que genera el hecho de sentirse culpable o tener una preocupación. Es decir, la tolerancia a los estados afectivos negativos o urgencia negativa relacionado con el contenido cognitivo. Los síntomas de preocupación o culpa deben surgir a nivel de los propios rasgos de la persona, de sus características afectivas, y de sus características en el procesamiento de la información a nivel neurocognitivo. A menudo existen dificultades generales subyacentes a nivel de procesos ejecutivos, lo cual produce obsesividad y fijación de la preocupación o culpa (dificultad para desengancharse del pensamiento intrusivo, y también de las propias sensaciones y estados afectivos que surgen asociados). A nivel afectivo, debe existir un alto rasgo de neuroticismo que genere y refuerce esos procesos defensivos a nivel neurocognitivo que se traducen en anticipación e hipervigilancia, fijación a la amenaza, rumiación, etc. La preocupación para que sea tal necesita un fuerte componente de ansiedad, urgencia negativa, catastrofismo, vulnerabilidad, etc. Tras la culpa existe una amenaza al SELF relacionada con el peligro de rechazo social. En algunos casos asociado existe evitación experiencial de forma general por intolerancia afectiva, también dificultades interoceptivas y en el mapeo de estados corporales en sentido aferente y eferente, dificultades metacognitivas, dificultades en la regulación de la experiencia afectiva, etc, cuyo conjunto denominamos alexitimia. Por tanto, para muchas personas, el problema principal no es el aspecto concreto de la preocupación o la culpa, el síntoma, sino el proceso general: la dificultad regulando estados afectivos y aspectos ejecutivos y cognitivos en primer lugar. Esto implica que debe trabajarse de manera global sobre procesos generales (estados de ansiedad, metacognición, regulación afectiva, mapeo somatosensitivo, etc), y no solo trabajar la sintomatología cognitiva. El estilo de pensamiento es una consecuencia de otros procesos.

Adicionalmente, es importante trabajar la manera en la que la persona responde a su preocupación o sentimientos de culpa. La intolerancia, la ansiedad o la angustia a la presencia de las mismas produce un rechazo que es lo que refuerza su sobrevaloración, y esta sobrevaloración de la amenaza es lo que a su vez refuerza el estado de alarma afectivo que la persona experimenta como malestar. Es decir, el mismo rechazo que producen la preocupación o la culpa aumentan el carácter amenazante y angustioso de las mismas. Podemos huir de peligros externos apartándonos de ellos, pero no podemos huir de nuestros pensamientos y de nuestras experiencias afectivas. No podemos huir de nosotros mismos, una estrategia instintiva que activa una respuesta de pánico sistemática, que acaba sobrepasando a la persona.

El problema no son las emociones negativas, ni los pensamientos rumiativos, sino cómo reaccionamos ante su presencia, el hecho de un estado afectivo negativo genere angustia, respuestas defensivas de escape que lo refuerzan, etc. Es decir, la cualidad aversiva de la preocupación y la culpa la produce en gran medida la persona al percibirla como algo amenazante, al darle importancia, al sentir que es una sensación que no puede ser tolerada, etc. Un pensamiento es un pensamiento, no una realidad sobre el mundo, e igualmente, una emoción no es una amenaza física sobre la persona, aunque se sienta como tal. No es posible acabar con la presencia de emociones negativas y pensamientos negativos, en primer lugar porque las emociones negativas y los pensamientos negativos son parte natural de todas las personas, y en segundo lugar porque en realidad el carácter aversivo de las emociones negativas es construida por la persona por su percepción de las mismas como algo amenazante, y su forma de responder a ellas como si fueran amenazas a la integridad. Percibir los pensamientos y emociones como algo incontrolable ante lo que la persona está indefensa agranda su importancia, con ello su carácter amenazante, y como consecuencia la sintomatología afectiva negativa que experimenta la persona, sea pánico, sea angustia, etc. Por tanto, que la presencia de pensamientos y emociones indeseadas no genere un sentimiento de amenaza e indefensión es clave a nivel terapéutico, además de construir formas de afrontamiento y regulación de las mismas que permitan disminuir su intensidad.

Por tanto puede trabajarse a nivel cognitivo (la sobrevaloración de las preocupaciones), metacognitivo (desapegarse del propio pensamiento y de la importancia que se le da al mismo), el neuroticismo como rasgo y las dificultades regulando la ansiedad (desde la anticipación, la evitación, el escape, los estados corporales asociados, etc). La dirección debe ser de afrontamiento, no de evitación o lucha contra uno mismo.

Citar como: Bordallo. A. Culpabilidad y preocupación patológica. ICNS. Accesible en https://www.icns.es/articulo_culpabilidad_y_preocupacion_patologica

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